El mercadeo de la emoción: cómo Netflix distorsiona la crítica cultural

Vivimos en una era donde el periodismo cultural y el entusiasmo genuino se venden al peso de la estrategia corporativa. Plataformas como Netflix, en su afán por saturar nuestros sentidos y agendas, han encontrado un método insidioso y sorprendentemente eficiente: comprar la aprobación. No me refiero a la publicidad tradicional, ni a los spots de lanzamiento que inundan la televisión y las redes sociales; hablo de la compra de artículos en webs de cine, videojuegos, cultura, moda o incluso feminismo, para moldear la percepción de sus series y películas como si fueran acontecimientos ineludibles.

El ejemplo es grotesco y elocuente. Titulares como:
«Solo tengo un problema con ‘La diplomática’ y es que sus episodios entran como agua. Netflix ha desvelado la fecha de estreno de la temporada 3 y ya he cancelado mi agenda»
no son la expresión de un entusiasmo espontáneo; son una construcción artificiosa, un guion impuesto sobre la escritura crítica para garantizar que cada lector reciba la dosis de emoción que la plataforma desea inocular.

Lo más alarmante es la estética del lenguaje: la urgencia, la sensación de privación, la narrativa del “momento único que no puedes perderte”. Se impone un estilo uniforme, superficial, donde la voz crítica se somete a un algoritmo de seducción. La consecuencia es doblemente perversa: los artículos pierden toda autonomía, y el lector queda atrapado en una ilusión de inmediatez y necesidad cultural que en realidad es manufacturada.

Desde el punto de vista del cine y la narrativa, esto es un crimen: la crítica, que debería ser un espacio de reflexión, análisis y emoción genuina, se convierte en un escaparate de anuncios disfrazados. No importa la calidad de la obra; lo que importa es la teatralidad de la fascinación. Lo que antes era un debate sobre dirección, guion o puesta en escena, ahora se reduce a un mantra: “cancelar tu agenda, no puedes perder esto”.

Si algo tienen de inquietante estas prácticas es que transforman la cultura en un mercado de hipnosis: la urgencia se sobrepone a la experiencia estética, y la recomendación crítica se descompone en un artificio de consumo. Es, en definitiva, la muerte de la crítica libre y el nacimiento de un periodismo al servicio de la ansiedad corporativa.

Que una plataforma imponga la narrativa de su propia fascinación no solo es desagradable; es un síntoma de cómo la cultura digital puede ser secuestrada por el marketing, donde la autenticidad se diluye entre titulares manipulados y la aparente espontaneidad del entusiasmo. Y mientras tanto, el lector, seducido por la urgencia, se encuentra arrastrado a consumir sin pensar, como si el tiempo de su vida fuera un espacio publicitario.

Netflix, y otras plataformas que imitan este modelo, no están vendiendo series. Están vendiendo ansiedad, obligación y la ilusión de relevancia cultural, y eso es, a la larga, mucho más tóxico que cualquier cliffhanger de temporada.

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