El regreso de la axila libre: cuando el vello femenino vuelve a cantar
Hubo un tiempo en que la piel femenina debía brillar como un mármol pulido, sin sombra ni pelusa. Era el dogma estético del videoclip, del perfume y de la publicidad, esa religión de la lisura donde todo debía parecer recién nacido. Pero el siglo XXI, que parece escrito con contradicciones, ha traído de vuelta una revolución silenciosa, sudorosa y profundamente simbólica: el regreso del vello en la axila femenina. No como descuido, sino como gesto artístico, como manifiesto, como bandera de una nueva sensualidad.

Hoy, la axila natural se alza en los escenarios, las portadas y las redes con la naturalidad de quien se ha cansado de pedir permiso. Lourdes León, hija de Madonna, ha sido una de las pioneras en hacer de ese pequeño rincón del cuerpo un espacio político y poético. Su gesto no es una provocación gratuita, sino un homenaje a la libertad corporal que su madre ya había esculpido en los años 80. En ella hay una continuidad generacional: la rebeldía se hereda, pero se actualiza con una textura distinta. Lourdes no necesita desafiar al Vaticano; le basta con levantar el brazo en un festival para desordenar las jerarquías del deseo.

Rosalía, con su estética de laboratorio flamenco y posmoderno, también ha coqueteado con esta tendencia en sesiones fotográficas donde el vello asoma entre lentejuelas, como si el cuerpo recordara su derecho a existir más allá del filtro y la depilación láser. La suya no es una reivindicación directa, sino estética: el contraste entre lo cuidado y lo salvaje, entre el artificio escénico y la honestidad carnal. En su universo visual, la axila con vello no es una renuncia a la belleza, sino una nueva forma de ella, más humana, más terrenal, más suya.

Y en el extremo contrario de la sobreproducción visual, aparece Amaia Romero: natural, casi doméstica, pero igual de contundente. Su axila sin afeitar en los conciertos no pretende escandalizar, sino desarmar la mirada que siempre busca lo perfecto. Su gesto es íntimo y despolitizado, pero por eso mismo profundamente político: la belleza sin retoque, el cuerpo sin guion.
En la era del “autocuidado” convertido en industria, dejar crecer el vello es un acto de desobediencia estética. Un recordatorio de que el cuerpo femenino no necesita estar siempre en “modo exposición”. Estas artistas, tan distintas entre sí, están devolviendo a la piel su lenguaje original: el del tiempo, el calor, la vida.

El vello, ese antiguo enemigo, regresa convertido en metáfora de autenticidad. Ya no es símbolo de negligencia, sino de poder. En un mundo que exige pulidez y control, mostrar la axila natural es un poema contra la censura del cuerpo.
Y quizá haya algo de ironía en todo esto: al final, el gesto más provocador del pop contemporáneo no es desnudarse, sino dejar que la naturaleza haga su trabajo. Mientras tanto, en los escenarios del mundo, el vello vuelve a bailar.
Porque en cada mechón hay una idea, una risa y un manifiesto: que el cuerpo femenino, por fin, vuelva a pertenecerse.
