El reino de la basuraleza: la nueva simbiosis entre la podredumbre humana y la tierra

El reino de la basuraleza: la nueva simbiosis entre la podredumbre humana y la tierra

Hay un término reciente que, en su crudeza léxica, retrata con precisión la decadencia que hemos normalizado en nuestro trato con el entorno natural: basuraleza. No se trata de una invención humorística ni de una hipérbole apocalíptica. Es, más bien, la constatación de una nueva realidad estética y ecológica: la fusión perversa entre la naturaleza y los residuos del ser humano, una simbiosis grotesca en la que la flora convive con restos de consumo, como si los cerezos y los helechos hubieran pactado estéticamente con tetrabriks y excrementos de perro.

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La basuraleza no es un fenómeno marginal. No es una rareza observable en algún punto remoto de la periferia urbana. Es, tristemente, el nuevo estado por defecto de lo que antaño llamábamos “campo” o “entorno natural”. A tan solo unos metros de las ciudades, en los bordes del asfalto, ahí donde debería comenzar la vida silvestre, se extiende esta suerte de vertedero maquillado por el verdor. Se ha erigido un nuevo paisaje híbrido en el que conviven robles centenarios con latas oxidadas de cerveza, encinas con bolsas de supermercado atascadas entre sus ramas, y juncos que brotan entre escombros, colchones y electrodomésticos inservibles.

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Este escenario no remite ya al horror limpio de lo postapocalíptico, sino a algo más viscoso: a la mezcolanza diaria, consentida y banalizada por la indiferencia. La basuraleza es el triunfo del descuido cotidiano, el residuo convertido en ornamento, la basura como elemento compositivo del paisaje. No es que hayamos destruido la naturaleza: la hemos parasitado, la hemos invadido no con rascacielos, sino con lo más degradado de nuestra civilización: los restos. Somos una especie que no habita el mundo, sino que lo ensucia meticulosamente.

Lo que asusta no es solo el deterioro físico del entorno, sino la transformación simbólica que conlleva. La naturaleza ha dejado de ser un lugar de refugio espiritual o de contemplación estética para convertirse en un lugar donde lo orgánico y lo sintético se funden en una distopía visible: latas entre lirios, pilas entre raíces, juguetes rotos entre piedras milenarias. Se ha roto la frontera entre lo natural y lo artificial, no desde la sofisticación futurista, sino desde el abandono sucio.

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Lugares que antes evocaban a Virgilio o a Thoreau —paisajes idílicos, bucólicos— hoy nos remiten más a vertederos camuflados. El caminante ya no busca la epifanía del canto de los pájaros o el frescor del musgo: ahora avanza esquivando papeles grasientos, pañales usados, botes de pintura derramados sobre la tierra. El campo ya no es un espacio ajeno a la ciudad, sino su apéndice enfermo.

En cierto sentido, basuraleza es un neologismo necesario, porque pone nombre a una patología de nuestra relación con el mundo. Como todo término nuevo, encierra una forma nueva de ver (o de dejar de ver). Nombrarla es asumirla, es denunciar que la transformación de los bosques en sumideros no es un accidente, sino una manifestación más de nuestra incapacidad para convivir sin ensuciar. Es un espejo que devuelve no solo lo que tiramos, sino lo que somos.

Basuraleza-2-scaled-1-1024x674 El reino de la basuraleza: la nueva simbiosis entre la podredumbre humana y la tierra
Ecological concept. Beach pollution -trash on sea beach

La basuraleza no es solo un problema ambiental; es una crisis moral, estética y filosófica. Porque destruir un ecosistema con dinamita o cemento es, en cierto modo, una violencia directa, brutal, comprensible. Pero degradarlo lentamente con colillas, botellas y heces es una forma más insidiosa de destrucción: una que no necesita grúas ni taladros, solo indiferencia. Y la indiferencia, cuando se prolonga, se convierte en paisaje.

¿Será esta la nueva naturaleza que heredarán las generaciones futuras? ¿Un campo de flores marchitas mezcladas con ruedas de coche? ¿Un paraíso perdido donde los grillos cantan junto a un microondas oxidado? Si no hay una transformación profunda en nuestra forma de habitar el mundo, la respuesta será afirmativa. Y el neologismo basuraleza dejará de ser una crítica para convertirse, con aterradora naturalidad, en el nuevo nombre del mundo.

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