El secreto de la Sábana Santa de Turín se inclina hacia lo inexplicable
Durante siglos, la Sábana Santa de Turín ha estado atrapada entre dos fuegos: quienes la consideran el fraude medieval más ingenioso de la historia y quienes la veneran como el testimonio físico de la Resurrección. Sin embargo, los últimos hallazgos científicos y arqueológicos empiezan a dibujar un escenario inesperado: todos los indicios apuntan a que el lienzo podría ser auténtico.
Más antigua de lo que se creía
La prueba del carbono-14 de 1988 parecía haber cerrado el caso, situando la tela entre 1260 y 1390. Pero aquel estudio, como demostró el químico Raymond Rogers (Los Álamos National Laboratory), analizó fibras contaminadas y remendadas tras el incendio de 1532, no el tejido original.
En 2022, el investigador Liberato De Caro aplicó una técnica de difracción de rayos X (WAXS), que mide el envejecimiento natural de la celulosa. Su resultado fue contundente: el lino tendría cerca de 2000 años, lo que lo situaría en el siglo I.

Una imagen sin explicación humana
El mayor enigma no es la edad, sino la manera en que la figura quedó impresa. Ningún pigmento, pincel ni tinte aparece en las fibras. La imagen es superficial, con efecto negativo y propiedades tridimensionales.
La NASA, en 1976, demostró que la intensidad de la imagen varía según la distancia entre el cuerpo y el lienzo, como si una radiación desconocida hubiese grabado el relieve de un cadáver en la tela. Además, la sangre (tipo AB) fue absorbida antes de que apareciera la figura, lo que significa que el cuerpo estuvo allí envuelto realmente.
Rastros que llevan a Jerusalén
Los estudios de polen de Max Frei y posteriormente de Avinoam Danin hallaron especies vegetales exclusivas de Palestina, entre ellas la Gundelia tournefortii, vinculada a coronas de espinas. Nadie en la Europa medieval habría podido replicar semejante detalle botánico invisible al ojo humano.
El análisis mineralógico descubrió además restos de aragonito, un polvo calcáreo que coincide con el del suelo de Jerusalén y es muy distinto al de Europa.

Y como si fuera poco, se identificaron restos de ungüentos funerarios del siglo I —mirra, aloe, Helichrysum—, los mismos que menciona el evangelio de Juan en el entierro de Jesús. Estos compuestos, además, habrían permitido que el lino se conserve sin pudrirse durante dos milenios.
Inscripciones invisibles
En 1997, dos investigadores franceses procesaron digitalmente la tela y encontraron palabras invisibles a simple vista: “Nazarenos”, “Jesús” e incluso el famoso “INRI”. Escritas en griego y latín, corresponden a estilos del siglo I. No hay rastro de estas inscripciones en los relatos medievales, lo que descarta que formaran parte de un montaje devocional.
El eco del Mandylion
El historiador Ian Wilson sostiene que la sábana, doblada de manera que solo mostrara el rostro, fue venerada en Bizancio como el Mandylion de Edesa. Documentos bizantinos del siglo X ya describen una tela con la misma disposición de pliegues, custodiada en Constantinopla hasta 1204. Esto encajaría con su “reaparición” en Francia en el siglo XIV.
Una reliquia que desafía al tiempo
A diferencia de otras falsificaciones medievales, la Sábana Santa presenta una acumulación de pruebas científicas, botánicas, químicas y arqueológicas que apuntan todas en la misma dirección: su origen se sitúa en Palestina, en torno al siglo I. Ninguna teoría escéptica ha logrado reproducir su imagen ni explicar sus detalles.
Como señaló Benedicto XVI en 2010, la sábana es un “icono escrito con sangre y silencio”. Un icono que, lejos de ser desacreditado, parece resistir cada análisis moderno con un mensaje cada vez más claro: no estamos ante una invención medieval, sino ante un objeto que conecta con el misterio central del cristianismo.