El vestido más sexy de la historia del tenis: cuando Chris Evert revolucionó el encaje

Chris Evert: el encaje, la raqueta y la eternidad

Apenas tenía 16 años cuando Chris Evert pisó por primera vez el tapiz verde del US Open. Era septiembre de 1971 y el torneo aún se disputaba sobre hierba en el Forest Hills Stadium de Queens. Florida la había visto nacer, pero fue Nueva York la que presenció su transfiguración: de promesa precoz a mito en gestación. Había arrasado en categoría júnior con una racha imbatible de 45 victorias consecutivas. Sin embargo, como su terreno predilecto era la tierra batida, nadie apostaba en firme por aquella adolescente de mirada serena. Pero Evert, como si el guion lo dictara un dios romántico, venció. Y volvió a vencer. Y siguió venciendo.

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Lo hizo remontando bolas de partido, tumbando a figuras consagradas como Mary-Ann Eisel y Françoise Dürr —ambas entre las cinco mejores del mundo ese año— y desatando un fenómeno tan deportivo como cultural. El público, embriagado de fervor, convirtió las gradas del estadio en una suerte de coliseo futbolero: gritos, abucheos, latas volando por el aire como confeti de una nueva era. Había nacido algo más que una tenista: emergía un símbolo.

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“Cenicienta en zapatillas”, tituló la prensa, pero como en todo buen cuento de hadas, el hechizo tuvo su hora límite. En semifinales se encontró con la reina, Billie Jean King, que había liderado la revolución femenina del tenis meses antes. “Que lo disfrute —le dijo King, más oráculo que rival— porque su vida ya ha cambiado. Ahora pertenece al público.” Fue una profecía cumplida: Chris Evert jamás volvió a ser solo una persona; se convirtió en figura.

Aquella irrupción sobre la hierba neoyorquina fue también una irrupción estética. Porque Evert no solo jugó, sino que deslumbró con un vestido de encaje blanco que hoy podría confundirse con una pieza prêt-à-porter de cualquier escaparate moderno. Sin mangas, con falda evasé mini, adornado con un lazo blanco en la coleta y zapatillas a juego, aquel atuendo capturó el espíritu de su tiempo y se adelantó al suyo propio. Medio siglo después, en la red social X, la propia Evert recordaba con cariño aquel momento: “Era mi vestido de encaje favorito. La ropa de tenis en aquella época era preciosa”. Y sí, lo era. Pero ella lo elevó a icono.

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Ese minivestido, celebrado hoy por cientos de miles de ‘me gusta’, es también objeto de atribución a uno de los grandes olvidados de la historia de la moda deportiva: Ted Tinling. Este diseñador y pensador del vestuario atlético entendía que el cuerpo femenino en movimiento no debía adaptarse al corsé de la tradición, sino liberarse en forma y estilo. Tinling vio en Evert una musa: “Tan femenina como el encaje, tan suave como el satén y tan resistente como las perlas”, dijo de ella. Y, según él, ninguna campeona en seis décadas de tenis igualó su elegancia.

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Aquel debut no fue un destello fugaz. Chris Evert ganó 18 torneos de Grand Slam, y su rivalidad con Martina Navratilova definió no solo una época sino el alma del tenis femenino hasta finales de los 80. Su rostro, de belleza clásica americana, se convirtió en la “novia de América”, embajadora de firmas como Rolex y artífice involuntaria de las famosas “pulseras de tenis”, tras perder una de diamantes durante un partido en el US Open del 78.

La periodista Paloma del Río subraya que aquel encaje no fue sólo ornamento, sino ruptura. Frente a la sobriedad uniforme de polos blancos, Evert propuso, con delicadeza y firmeza, una nueva gramática visual para el deporte femenino. “Estaba más centrada en jugar bien que en el vestido”, apunta Del Río, pero aun así reconoce que tenistas como Evert, King, Navratilova o Serena Williams no solo ganaron partidos, sino batallas culturales. El feminismo deportivo les debe un altar.

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Evert fue el espejo donde el deporte se miró con otra luz. Una luz suave, bordada de encaje, pero incandescente en su mensaje. Y no está sola: Venus Williams, Maria Sharapova, Camila Giorgi, Serena Williams o, recientemente, Coco Gauff, han seguido hilando esa tradición de estilo, performance y osadía. La falda mini sigue ondeando, pero ahora como estandarte de identidad y poder.

Chris Evert no solo cambió el tenis. Cambió la manera de vestirlo, de narrarlo y de imaginarlo. Lo hizo con una raqueta en la mano, una coleta al viento y un vestido que, como ella, nunca pasó de moda.

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