Ghost of Yotei: la secuela que perfecciona todo… salvo la ilusión
La llegada de Ghost of Yotei para PS5 se anunciaba como un estandarte del poderío de PlayStation Studios en tiempos inciertos, un exclusivo destinado a sostener el peso de una marca que sufre cancelaciones y un presente poco halagüeño. Y sin embargo, lo que encontramos al desenvainar la katana de esta esperada secuela no es tanto un soplo de aire fresco como un ritual de perfeccionismo técnico que deja tras de sí un vacío inquietante: un título pulido hasta el extremo, pero incapaz de emocionar más allá de la devoción de los fanáticos de la obra original.

La obra de Sucker Punch, nacida como heredera de Ghost of Tsushima, ofrece exactamente lo que cabía esperar: un mundo abierto vasto y deslumbrante, un combate sólido, un despliegue visual que exprime la consola dentro de lo poco exprimible que resulta esta generación y una narrativa que, aunque más afinada, no deja de caminar por sendas conocidas. El problema es que, en su obsesión por la perfección, se ha perdido la chispa. Esa fragancia de descubrimiento, de sorpresa, de inventiva que daba sentido a la primera aventura.
Un espectro de perfección sin espíritu
El relato de Atsu, con su vendetta sangrienta contra los Seis de Yotei, se construye con mayor madurez que el de Jin Sakai. Hay más carisma, más humanidad en esta guerrera, más dramatismo en el telón histórico que evoca a la colonización de Hokkaido y al pueblo ainu. Pero la sensación es otra: la venganza se repite, el trayecto está ya marcado, y lo que antes era poesía se convierte en mecánica.

La belleza del mundo abierto, con sus onsen, sus paisajes que parecen lienzos vivos y su exploración refinada con nuevas capas, no logra ocultar un hecho esencial: lo hemos visto antes. Incluso los intentos por diversificar —nuevos juegos de mesa, pinturas sumi-e, guaridas de lobos— parecen añadidos que rellenan más que reinventan. Todo está cuidadosamente dispuesto, todo funciona, pero nada sorprende.
El dilema de la secuela sin riesgo
El combate, enriquecido con armas nuevas y movimientos adicionales, no deja de ser un eco sofisticado de lo ya experimentado. Las cinemáticas, aunque más expresivas, arrastran la misma teatralidad estática. La progresión, pese a ser más libre, conserva la sensación de checklist encubierta. La ambición es visible, pero no la valentía de arriesgar.

Al final, Ghost of Yotei se convierte en el espejo pulido de un fantasma: brilla, deslumbra, refleja, pero no abraza. Está diseñado para complacer, no para asombrar. Su grandeza es indiscutible, pero su alma se siente ausente.
Un futuro que pide riesgo
La secuela de Tsushima no es un fracaso —ni mucho menos—, pero sí un aviso. Si los grandes nombres de PlayStation se limitan a ofrecer mundos abiertos cada vez más perfectos pero menos arriesgados, el porvenir del videojuego de autor se oscurece bajo el peso de su propia inercia. Ghost of Yotei es la prueba: una obra majestuosa en lo técnico dentro de lo esperable, pero que hiere el corazón de quienes buscan la emoción pura, la sorpresa, la ilusión primera.
Un viento hermoso que sopla, sí, pero que no arrastra consigo nada más que la perfección mecánica. Un espectro que, pese a su esplendor, carece de espíritu.
9
sin ilusión