James Cameron vuelve a cargar el arma del cine de acción

James Cameron ha vuelto a respirar pólvora. Aunque no toma el timón de la cámara, su regreso como productor ejecutivo de Painter marca el retorno simbólico del maestro del acero y la adrenalina al territorio que él mismo redefinió. Cuando Cameron se asoma al cine de acción —aunque sea desde la sombra— Hollywood calla, espera y observa. Porque si él se interesa, es que algo está a punto de estallar.

La noticia surgió entre murmullos en el Sitges Film Festival 2025: Painter será la nueva gran apuesta de 20th Century Studios. En ella, Amber Midthunder —la guerrera que sorprendió al mundo en Prey— comparte protagonismo con Walton Goggins, ese actor de sonrisa torcida y alma de villano shakesperiano. Ambos encabezarán una historia escrita por Derek Kolstad, el creador de John Wick. Detrás de las cámaras, Garrett Warren, un veterano coordinador de acción en Avatar y Logan, debuta como director.

Pero más allá del reparto, de los nombres y los contratos, lo verdaderamente significativo es el regreso del espíritu de Cameron.

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El renacimiento del músculo cameroniano

Desde Terminator 2, Cameron no solo dirigió películas: redefinió la gramática visual de la acción. Su visión mezclaba precisión tecnológica, emoción íntima y un sentido del riesgo físico hoy casi extinguido. En la era del CGI omnipresente, su regreso a la producción de un thriller de acción real, tangible, sudoroso, es casi un gesto romántico.

Painter parece nacer de esa nostalgia por la fisicidad perdida. La trama —una hija entrenada desde niña para sobrevivir que debe rescatar a su padre secuestrado— suena a clásico cameroniano: familia, sacrificio, redención y fuerza interior, envueltos en coreografías que respiran peligro. El cine de acción vuelve a ser humano.

Garrett Warren, discípulo directo del director canadiense, parece la elección perfecta. Conoce la forma en que Cameron disecciona la acción: plano a plano, músculo a músculo, buscando no el impacto, sino la sensación de realidad. Que Warren haya aprendido en las selvas digitales de Avatar y ahora salte a un entorno más físico y crudo sugiere una herencia cinematográfica en plena transmisión.

Cameron como arquitecto invisible

Cameron, incluso sin dirigir, actúa como un dios minucioso detrás del telón. Su figura es la de un mentor que observa, corrige y, sobre todo, impone un estándar. Nadie rueda explosiones o miradas como él sin dejar su marca en los demás. Lo que hizo con Alita: Battle Angel —produciendo pero infundiendo su ADN técnico y emocional— parece repetirse aquí, en un formato más íntimo, más cercano al corazón palpitante de la acción tradicional.

La elección de Midthunder no es casual: su energía mezcla vulnerabilidad y ferocidad, ese tipo de presencia que Cameron siempre ha venerado en sus heroínas. Desde Sarah Connor hasta Neytiri, el cine de Cameron ha sido una geografía de mujeres que luchan por algo más que la supervivencia. Painter promete continuar esa línea evolutiva, con una actriz que ya ha demostrado su capacidad para transmitir dolor, determinación y furia contenida.

El eco del viejo Hollywood de acero

Hay en este proyecto algo que remite al espíritu de los años ochenta y noventa, cuando cada golpe dolía y cada plano parecía sudar. Painter rescata ese legado, no con nostalgia vacía, sino como un manifiesto de resistencia frente a la artificialidad. En tiempos de píxeles y franquicias recicladas, el regreso de Cameron a la producción es un recordatorio de que el cine de acción sigue siendo un arte físico, coreográfico y emocional.

En el fondo, el mensaje es claro: el rey no ha vuelto a reinar, pero ha regresado al campo de batalla para recordarles a todos cómo se empuña el arma.

James Cameron no dirige Painter. Pero si su sombra está detrás, el rugido del metal volverá a sentirse.

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