La estetización de la vacuidad: el reinado de la ‘cara tonta’ en la era de Instagram

La estetización de la vacuidad: el reinado de la ‘cara tonta’ en la era de Instagram

Vivimos tiempos de hiperimagen, en los que la representación del yo ha sido reducida a la estética del algoritmo. En este contexto, ha surgido una tendencia inquietante entre las influencers y aspirantes a reinas del feed de Instagram: la proliferación de la ‘cara tonta’. Una expresión impostada, calculada al milímetro para transmitir una especie de sofisticada candidez, que se traduce en ojos caídos, boca semiabierta y un aire de narcísica despreocupación.

Esta tendencia dista mucho del magnetismo de las grandes divas del cine clásico o de las musas de la moda de otras épocas, cuyas expresiones eran una declaración de intención, un gesto cargado de carácter, misterio o incluso ironía. La ‘cara tonta’ actual, en cambio, es el epítome de la autocontemplación superficial, de la artificialidad sin narrativa. Es la mueca de una generación que, en su búsqueda de validación visual, ha terminado por institucionalizar una estética vacía, que no evoca deseo, ni intriga, ni poder, sino una fría perfección sin alma.

Screenshot_20250220_154954_Instagram-576x1024 La estetización de la vacuidad: el reinado de la 'cara tonta' en la era de Instagram

El problema no radica en la belleza, sino en la uniformidad de esta expresión estandarizada, que convierte a todas estas influencers en meras repeticiones de un molde insulso. Si las estrellas del Hollywood dorado como Lauren Bacall, Rita Hayworth o Marilyn Monroe sabían modular su expresión para proyectar distintas facetas de su personalidad, las nuevas generaciones parecen limitadas a un solo rostro: el de la ‘cara tonta’, tan intercambiable como prescindible.

Quizás este fenómeno sea síntoma de algo más profundo: una cultura que ha convertido la autoimagen en un producto de consumo inmediato, donde el matiz, la singularidad y la expresión genuina han sido sacrificados en favor de una fotogenia desprovista de auténtica sensualidad o carisma. En la era de Instagram, la belleza se ha convertido en un filtro: pulido, homogéneo y desprovisto de toda narrativa.

Tal vez sea momento de recuperar la inteligencia del gesto, la intención tras la mirada, el carisma que no necesita de la vacuidad para fascinar. Porque lo verdaderamente bello nunca ha sido una pose; ha sido, siempre, una historia que se cuenta en un solo instante.