"La gorda" de Lalachus al desnudo

"La gorda" de Lalachus al desnudo

De cómico a cómicos… 😉

La risa calculada: un análisis de la maquinaria cómica de Broncano y Lalachus

El humor, ese arte de destilar lo absurdo, lo injusto y lo cotidiano en carcajadas, ha sido siempre un arma tan poderosa como maleable. Desde Aristófanes hasta Chaplin, pasando por los mordaces monólogos de Lenny Bruce, el humor ha servido para desafiar estructuras, subvertir narrativas y, en ocasiones, reforzarlas. En este entramado se inscribe la pareja cómica formada por David Broncano y Lalachus, quienes han encontrado un eco ferviente en un público ansioso de ironía. Sin embargo, su propuesta está lejos de ser un ejercicio inocente: su humor, quirúrgicamente dirigido, delata cómo el arte de hacer reír también puede ser una herramienta al servicio de una ideología.

"La gorda" de Lalachus al desnudo

La selección del blanco: cómo reír sin arriesgar

La fortaleza de Broncano y Lalachus radica en una mordacidad que, en apariencia, no discrimina. Nada está a salvo de su incisiva mirada: la burocracia, los rituales absurdos del día a día, los vestigios de un catolicismo que se desmorona bajo el peso de sus contradicciones. Pero al observar con detenimiento, uno encuentra un patrón: su humor no es universal. En el vasto menú de lo ridiculizable, su elección se circunscribe a los ingredientes que su ideología considera digeribles. Son capaces de lanzar dardos afilados contra una misa, pero jamás osarían mofarse de una ceremonia islámica, por temor —o cómplice silencio— a cruzar las líneas invisibles de lo “políticamente correcto”.

Esto no es casualidad. En una sociedad donde la cultura de la cancelación dicta qué se puede criticar y qué no, Broncano y Lalachu operan con una precisión quirúrgica. Se mofan del bajito —quizás por considerar que su estatura no constituye un colectivo oprimido—, pero evitan cuidadosamente cualquier comentario que pueda ser interpretado como una afrenta a la gordofobia. La inclusividad se ha convertido en una herramienta no para enriquecer el discurso humorístico, sino para delimitarlo. «La gorda» de Lalachus al desnudo

El humor como apología velada

La comedia de esta pareja no solo se inscribe en los límites que su ideología impone; también los refuerza. Bajo la apariencia de un discurso “punk” o antisistema, su trabajo funciona como un amplificador de las ideas que su público —y quizá sus financiadores— desean escuchar. No es casualidad que sus burlas rara vez incomoden a las esferas de poder con las que simpatizan. Mientras las iglesias se tambalean bajo el peso de sus chistes, los dogmas contemporáneos del progresismo —que bien podrían prestarse a una sana dosis de autocrítica— permanecen intocados.

Lo que no se dice también habla

Más revelador que lo que Broncano y Lalachus dicen es lo que callan. En un mundo tan rico en disparates, sus silencios son un recordatorio de que el humor, como cualquier otra expresión artística, es también una elección política. No es que carezcan de talento —su capacidad para conectar con el público es incuestionable—, sino que su humor opera dentro de los confines que les garantizan la mayor seguridad y el menor coste.

El humor como espejo y arma

Broncano y Lalachus son un símbolo perfecto de cómo el humor, lejos de ser neutral, puede convertirse en un instrumento al servicio de una narrativa. Y aunque esta narrativa pueda ser tan legítima como cualquier otra, el público haría bien en recordar que el humor no es un espejo pasivo, sino un arma cargada de ideología. Celebrar la mordacidad de esta pareja sin cuestionar sus límites y cómplices silencios es, en el fondo, abdicar de la posibilidad de un humor realmente subversivo.

En definitiva, el problema con Broncano y Lalachus no es lo que muestran, sino lo que ocultan. Y quizá, entre risas y aplausos, estemos dejando pasar la oportunidad de exigir un humor que desafíe de verdad, no solo lo que ya es seguro atacar, sino también aquello que incomoda incluso a quienes lo producen.

«la gorda» de Lalachus al desnudo