La marvelización del cine: cuando el espectáculo aprendió a no terminar nunca

No se trata solo de superhéroes, capas o universos compartidos. Marvel es el síntoma, no la enfermedad. La marvelización es un modelo mental, una forma de concebir el audiovisual como flujo ininterrumpido, como franquicia infinita, como relato que jamás debe cerrarse del todo por miedo a perder al espectador-consumidor.

El relato como promesa, no como experiencia

La primera gran mutación es narrativa. Las películas ya no quieren ser completas: quieren ser eslabones. Cada obra existe menos por lo que cuenta que por lo que anuncia. Escenas poscréditos, cameos estratégicos, semillas narrativas plantadas con la precisión de un departamento de marketing. El cine deja de ser un acto presente para convertirse en una hipoteca emocional: mírame hoy para entender mañana otra cosa que aún no existe.

El espectador ya no sale del cine con una emoción cerrada, sino con una agenda. La película no se recuerda por su final, sino por su conexión. El arte cede terreno ante la logística.

886089-1024x538 La marvelización del cine: cuando el espectáculo aprendió a no terminar nunca

El triunfo del tono único

La marvelización ha impuesto algo aún más sutil: la estandarización del tono. Da igual que se trate de una comedia romántica, un thriller político o una epopeya histórica disfrazada de fantasía: todo debe ser digerible, autorreferencial, ligeramente irónico, incapaz de tomarse demasiado en serio a sí mismo. El drama se disculpa, la tragedia se rebaja con un chiste, la muerte se convierte en trámite reversible.

Este tono amable, juvenil y perpetuamente ingenioso no busca profundidad: busca comodidad. Que nadie se sienta expulsado. Que nadie se incomode. Que nadie tenga que pensar demasiado tiempo después de los créditos finales, porque —recordemos— aún quedan otros cinco estrenos este año.

El cine como interfaz

Visualmente, la marvelización ha convertido la pantalla en una interfaz limpia, pulida, sin asperezas. El cine ya no huele a celuloide ni a polvo ni a sudor: huele a render. La imagen es clara, funcional, intercambiable. Podría pertenecer a cualquier franquicia, a cualquier plataforma, a cualquier dispositivo.

hq720-2 La marvelización del cine: cuando el espectáculo aprendió a no terminar nunca

La puesta en escena ya no busca una mirada, sino una compatibilidad. Todo debe verse bien en una sala, en una tablet y en un móvil. La imagen pierde cuerpo, peso, temperatura. Gana eficiencia. Pierde memoria.

El espectador como usuario fiel

El público, en este ecosistema, deja de ser espectador para convertirse en usuario. Se premia la fidelidad, no la curiosidad. El conocimiento enciclopédico del universo importa más que la emoción primaria. Quien no ha visto las diez entregas anteriores se siente culpable, desinformado, fuera del juego.

Así, el cine ya no invita: exige continuidad. Y el acto de ver películas se parece cada vez más a mantenerse al día con una aplicación.

Cuando el riesgo se convierte en error

La marvelización ha redefinido el concepto de riesgo. Arriesgar ya no es proponer algo nuevo, sino desviarse mínimamente del molde. El error creativo se penaliza con cancelaciones, reestructuraciones y silencios industriales. El cine, que siempre fue el arte del tropiezo glorioso, se vuelve un sistema de control de daños.

Paradójicamente, nunca se ha producido tanto y nunca se ha arriesgado tan poco.

El futuro: ¿agotamiento o mutación?

Toda hegemonía estética cree ser eterna. Ninguna lo es. La marvelización acabará agotándose, no por razones ideológicas, sino por pura fatiga emocional. El espectador, tarde o temprano, volverá a desear finales que terminan, historias que no piden secuela, imágenes que no parecen diseñadas para un comité.

Cuando eso ocurra, el cine no desaparecerá. Hará lo que siempre ha hecho: mutar. Volverá a la escala humana, al autor que arriesga, al relato que se cierra con la dignidad de un punto final.

Mientras tanto, asistimos a esta era curiosa en la que el cine no muere, pero tampoco descansa. Un cine hipertrofiado, brillante, incansable… y, a veces, olvidable.

Porque cuando todo está conectado, nada termina de quedarse.

Puede que te hayas perdido esta película gratuita