La quimera de cromo y aire: el Firebird III de General Motors, una sinfonía aerodinámica de 1958
El Firebird III de General Motors, una sinfonía aerodinámica de 1958
Entre las audaces creaciones del Motorama de General Motors, el Firebird III emerge como el más fascinante y perdurable de los prototipos. Construido en 1958, este vehículo no fue una mera fantasía, sino un oráculo sobre ruedas que influyó directamente en el lenguaje estético de la producción de GM, dejando una marca indeleble en modelos subsiguientes.
Su impronta más notable se evidencia en el Cadillac de 1959, que adoptó las superficies esculpidas y el pliegue dramático de los estribos del Firebird III. Posteriormente, el modelo de 1961 rindió un sutil pero poderoso homenaje al incorporar las distintivas «quillas traseras», un eco de su diseño futurista.

El Firebird III representó una ruptura radical con la tradición automotriz. Se despojó del exceso de cromo, evitó las líneas paralelas y reinventó la aleta de cola, transformándola en un elemento de diseño innovador y dinámico. La visión original de Harley Earl, su diseñador, partió de la fascinación por las innovaciones en la aviación militar, infundiendo al coche una esencia de caza a reacción.
Aunque GM concibió un cuarto prototipo, el Firebird IV, su legado más duradero fue ceder su nombre a la icónica línea de pony cars Pontiac Firebird, que vio la luz en 1967.
Un ensayo sobre el futuro: tecnología y aerodinámica en movimiento
El debut del Firebird III en el Motorama de 1959 no fue solo la presentación de un vehículo, sino la manifestación de un ideal tecnológico. Su carrocería de fibra de vidrio, adornada con siete alas cortas y aletas de cola, le confería una apariencia alienígena, casi orgánica.

Bajo su doble capota de burbuja, latía un motor de turbina de gas Whirlfire GT-305 de 225 caballos de fuerza, asistido por un motor de gasolina de dos cilindros y 10 caballos, dedicado a alimentar los accesorios. Pero la verdadera audacia residía en su equipamiento. Este prototipo premonitorio incorporaba tecnologías que hoy consideramos comunes, pero que en su tiempo eran pura ciencia ficción: control de crucero, frenos antibloqueo y aire acondicionado.
Además, el vehículo contaba con frenos de aire, similares a los de un avión, que emergían de los paneles de la carrocería para decelerar a altas velocidades. El acceso se lograba mediante una «llave ultrasónica», mientras que su sistema de navegación guiado prometía una asistencia sin precedentes para evitar accidentes. La experiencia de conducción era igualmente revolucionaria, reemplazando el volante tradicional por un joystick ubicado entre los dos asientos, en un sistema de dirección sin sujeción que presagiaba el control digital.









Hoy, estos prototipos se conservan como reliquias en el GM Heritage Center en Sterling Heights, Míchigan. Sus modelos forman parte de la colección permanente del Henry Ford Museum en Dearborn, y su presencia en exhibiciones de automóviles sigue evocando la audacia de una época en la que la industria soñaba con esculpir el futuro. La tradición de prototipos visionarios continuaría más tarde con la serie Pontiac Banshee, consolidando el legado de GM como un pionero en la intersección entre arte y tecnología.