La sextalogía extraterrestre de Steven Spielberg: seis invasiones y una sola pregunta
Steven Spielberg no ha filmado extraterrestres. Ha filmado irrupciones. Grietas en la realidad por las que se cuela lo desconocido para poner a prueba algo mucho más frágil que el planeta: nuestra fe en lo humano. Vista en conjunto, su obra conforma una auténtica sextalogía secreta, un largo diálogo con el Otro que atraviesa toda su carrera y que encuentra en El día de la revelación su sexta y, quizá, más consciente formulación.
Todo comienza con Firelight —a veces recordada como Firelights—, un cortometraje casi mítico rodado en 1964, cuando Spielberg apenas era un adolescente. Allí ya estaban los ovnis, las luces en el cielo, el pánico colectivo y la fascinación infantil. No era una obra madura, pero sí un manifiesto involuntario: el extraterrestre no llegaba para ser comprendido, sino para desestabilizar. La invasión, desde el inicio, era emocional antes que física.

Con Encuentros en la tercera fase, Spielberg da el salto decisivo. Aquí la invasión no es hostil, sino reveladora. Los extraterrestres no destruyen: llaman. No conquistan: convocan. La humanidad no se enfrenta a ellos con armas, sino con música, geometría y asombro. El punto de contacto no es la tecnología, sino la fe. El protagonista abandona familia, trabajo y razón para seguir una llamada que no entiende pero siente verdadera. La invasión es una epifanía.
E.T., el extraterrestre invierte el eje. Ya no es el humano quien asciende hacia lo desconocido, sino lo desconocido quien cae en el corazón doméstico. El alienígena es pequeño, vulnerable, perdido. La invasión se convierte en intimidad. Spielberg filma aquí su obra más radicalmente espiritual: el extraterrestre como figura mesiánica, como espejo del niño herido, como recordatorio de una inocencia que el mundo adulto ha perdido. No hay miedo, hay duelo. No hay amenaza, hay despedida.

Con La guerra de los mundos, el tono se quiebra. Spielberg vuelve al relato clásico de invasión, pero lo hace desde el trauma. Aquí los extraterrestres no dialogan ni sanan: arrasan. La humanidad es irrelevante. El caos no tiene sentido moral. Esta es la invasión del siglo XXI, filmada tras el 11 de septiembre, donde el terror llega sin explicación ni posibilidad de negociación. El extraterrestre ya no es misterio ni milagro: es fuerza ciega. Y el ser humano, un padre que solo puede huir y proteger lo poco que ama.
La cuarta entrega de Indiana Jones introduce una variación inquietante. Los extraterrestres ya no vienen del cielo, sino del pasado. Son entidades interdimensionales, ligadas al conocimiento, al cráneo, a la mente. Aquí la invasión adopta forma de tentación: saber demasiado, abrir lo que no debe abrirse. Spielberg conecta lo alienígena con el castigo del exceso de razón. La revelación, otra vez, no es un premio: es una condena.

Y ahora llega El día de la revelación. La sexta invasión. La más madura. La más desnuda. Spielberg ya no parece interesado en el extraterrestre como figura concreta, sino como acontecimiento global. La pregunta no es qué son, sino qué nos ocurre cuando sabemos que no estamos solos. No hay promesa de salvación ni de destrucción inmediata. Hay conciencia. Revelación. Una verdad que cae sobre siete mil millones de personas al mismo tiempo.
Vistas en conjunto, estas seis obras trazan un arco claro. Spielberg nos habla siempre de lo mismo: del encuentro con lo incomprensible y de nuestra incapacidad para afrontarlo sin perder algo esencial. En su cine, el extraterrestre es Dios, es hijo, es invasor, es conocimiento, es trauma, es espejo. Cambia de forma, pero no de función. Siempre llega para desmontar nuestras certezas.

El punto común que las une no es la ciencia ficción, sino la fe. Fe en lo desconocido, fe en el otro, fe en la familia, fe en el sentido. Cada invasión plantea una pregunta distinta, pero todas conducen a la misma herida: ¿qué ocurre cuando el ser humano descubre que no está solo en el universo?
Quizá el significado final de esta sextalogía no esté en los cielos ni en las naves, sino en nosotros. Spielberg parece decirnos que no temamos a los extraterrestres, sino a nuestra reacción ante ellos. Porque cada invasión no revela quiénes son ellos. Revela quiénes somos nosotros.
Y El día de la revelación, más que cerrar un ciclo, parece dispuesto a formular la pregunta definitiva: una vez que la verdad ha sido revelada, ¿qué humanidad queda en pie?



