La sonrisa que desnudó a Rachel Mcadams en My name is Tanino
En la película My name is Tanino (2002), una joven Rachel McAdams aparece en una de esas escenas que el espectador del nuevo milenio aún no ha terminado de asimilar: la de un desnudo fugaz, natural, carente de la artificiosa solemnidad con la que el cine norteamericano suele blindar la carne. Y, sin embargo, lo más fascinante de esa secuencia no es la revelación de su cuerpo, sino la revelación de su sonrisa.

Rachel McAdams irradia en aquel instante una luminosidad tan cálida, tan despreocupada, que los ojos se elevan de inmediato del pecho a la expresión del rostro. Como si el gesto risueño, espontáneo, travieso incluso, contuviera la verdadera desnudez: la de una juventud sin cálculo, la de un futuro todavía por escribirse. La sonrisa anula cualquier tentación voyeurista y coloca a la actriz en otro plano, el del magnetismo innato.

Lo sorprendente es que el cine, que tantas veces ha reducido a la mujer a mera superficie corporal, encuentra en ese plano un contrapeso casi subversivo: lo erótico se desplaza al rostro, a la mirada, a la curva luminosa de los labios. La belleza de McAdams no reside en lo que muestra, sino en lo que sugiere. Y esa paradoja —un desnudo eclipsado por una sonrisa— habla mejor que nada del carisma singular de una actriz que, dos décadas después, continúa siendo recordada por esa mezcla inquebrantable de frescura y magnetismo humano.

My name is Tanino se convierte, gracias a ese instante, en una cápsula del tiempo: un recordatorio de cómo el cine puede desnudar la piel y, sin embargo, ser la risa la que deje huella.
