Mike Ybarra (Blizzard): «Idea equivocada, momento equivocado. Xbox va sobre juegos: Los juegos siempre gobernarán el mundo».

El naufragio verde: cómo Xbox ha olvidado quién era

La reciente campaña publicitaria de Microsoft, “Esto es una Xbox”, no es solo una mala idea: es un epitafio involuntario. Bajo la apariencia de apertura tecnológica y modernidad líquida, lo que en realidad asoma es la desintegración de una identidad que alguna vez fue símbolo de potencia, comunidad y orgullo gamer.

Mike Ybarra, antiguo presidente de Blizzard y veterano de una época en la que jugar aún significaba encender una máquina dedicada al arte del videojuego, lo ha dicho sin rodeos: “Idea equivocada, momento equivocado. Xbox es sobre juegos: los juegos siempre gobiernan el mundo”. Su frase, breve y certera, corta como una espada oxidada la narrativa corporativa de quienes hoy dirigen el timón de una nave que ya no sabe a qué puerto pertenece.

mike-ybarra-1024x768 Mike Ybarra (Blizzard): "Idea equivocada, momento equivocado. Xbox va sobre juegos: Los juegos siempre gobernarán el mundo".

La nueva filosofía de Xbox pretende convencernos de que todo es una Xbox: tu televisor, tu móvil, tu portátil, tu casco de realidad virtual, incluso esa portátil con nombre de aliado (la ROG Ally) que parece más un recordatorio de dependencia que una promesa de libertad. Lo que antes era un ecosistema ahora es un desierto de dispositivos que transmiten juegos sin alma, sin peso, sin olor a plástico quemado ni calor de transformador.

Microsoft, en su huida hacia adelante, ha confundido la accesibilidad con la disolución. Donde antes había una consola que se defendía a golpe de exclusivas, ahora hay una marca que pide prestadas las de otros. Donde antes había una comunidad unida por el rugido del ventilador y la emoción del estreno, ahora hay un servicio que vive de cuotas mensuales y actualizaciones invisibles.

Ybarra lo entiende porque viene de la vieja escuela, la de quienes construyeron reinos digitales antes de que las métricas lo dominaran todo. “Si no hay paridad entre la consola y los demás dispositivos, entonces no es una Xbox”, dijo. Y tiene razón: lo que se vende hoy bajo el logo verde es una metáfora de rendición. La consola que nació para desafiar a Sony y redefinir la experiencia doméstica ha acabado diluyéndose en un servicio que no tiene hogar.

Mientras Phil Spencer y Sarah Bond repiten que el hardware “sigue siendo parte del futuro”, cada movimiento sugiere lo contrario: menos máquinas, menos riesgo, menos alma. Xbox se ha convertido en un fantasma que vaga entre pantallas ajenas, repitiendo como un eco su antiguo nombre.

Porque, seamos francos: si todo es una Xbox, entonces nada lo es. Y en ese espejismo de modernidad, la marca que una vez quiso ser el corazón del juego ha terminado siendo su propia nube: intangible, difusa y sin peso.

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