Paramount y la compra de Warner | Cuando el pez grande devora al cine: por qué las compras corporativas siempre las pagamos nosotros
Warner Bros. acaba de rechazar la primera oferta de compra de Paramount Global —20 dólares por acción— y, con ello, ha encendido una chispa más en el polvorín financiero de Hollywood. A simple vista, parece un movimiento de poder, un pulso entre titanes: David Zaslav frente a David Ellison, Warner Bros Discovery frente a la nueva Paramount Skydance. Pero detrás de los titulares bursátiles y las cifras de miles de millones, se esconde el verdadero drama: cada vez que se produce una compra de este calibre, los que pierden no son los directivos… sino los espectadores.
El espejismo de las fusiones “para mejorar la industria”
En el discurso oficial, estas adquisiciones se presentan como operaciones estratégicas que buscan fortalecer marcas, consolidar catálogos y “mejorar la oferta” para el consumidor. Pero la historia reciente del entretenimiento —tanto en el cine como en los videojuegos— demuestra lo contrario: las fusiones matan la diversidad, los proyectos y, con frecuencia, los sueños.

Cuando Disney engulló a 20th Century Fox, lo que siguió fue una poda silenciosa: decenas de películas canceladas, equipos desmantelados, proyectos arrinconados. La promesa de una “fusión creativa” se tradujo en uniformidad visual y narrativa, en productos cada vez más previsibles. Lo mismo ocurrió en el mundo del videojuego con adquisiciones como la de Activision Blizzard o Bethesda: se nos vendió la mejora del ecosistema, pero el resultado fueron despidos masivos, sagas congeladas y una sensación de asfixia creativa.
Warner Bros y Paramount: el nuevo tablero del poder
Hoy, la lucha entre Warner Bros Discovery y Paramount Global repite el patrón. Zaslav, acosado por una deuda de 34.000 millones de dólares y decisiones erráticas —como cancelar Batgirl ya terminada o borrar el sello HBO de su propio servicio—, defiende su independencia mientras busca fragmentar el conglomerado en dos entidades. Por su parte, Ellison persigue un sueño que suena familiar: construir un “súper estudio” capaz de competir con Disney, Netflix y Amazon.
Pero, ¿qué significa realmente ese “súper estudio”? En la práctica, un ecosistema cerrado donde los catálogos se cruzan, los algoritmos dictan las decisiones y la libertad creativa se subordina a la rentabilidad. Las fusiones que prometen expansión acaban generando amputación: se absorben estudios menores, se eliminan redundancias (es decir, personas) y se olvida que cada nombre del logo representa un modo de hacer cine.

El precio oculto de la sinergia
Cada vez que un estudio desaparece dentro de otro, no sólo se pierden empleos —miles en cada fusión—, sino también formas de mirar, de contar, de arriesgar. Los algoritmos sustituyen la intuición de los productores, y los comités de inversores deciden qué historias merecen existir.
El espectador, en apariencia beneficiado por la promesa de un catálogo más grande, termina prisionero de una homogeneidad invisible: películas intercambiables, franquicias recicladas, series sin alma. Y cuando el mercado del entretenimiento se concentra en cuatro o cinco manos, la creatividad se convierte en un lujo.
La paradoja final
Zaslav, el mismo que defiende el legado de Warner Bros, parece olvidar que el estudio nació de la aventura, del riesgo, de la fe en lo impredecible. Ellison, que se presenta como salvador, representa el nuevo orden del espectáculo financiero, donde el cine es una subdivisión del negocio del streaming.
Ambos creen luchar por el futuro del entretenimiento, pero ese futuro, si sigue esta ruta, terminará devorando su propia esencia. La industria dice reinventarse, pero lo que hace es concentrarse, estandarizarse y autodestruirse lentamente en nombre de la “eficiencia”.
Conclusión: el consumidor siempre paga
Cada compra multimillonaria promete un mañana brillante, y cada fusión termina dejándonos con menos de lo que teníamos. Menos estudios, menos voces, menos cine.
El público —ese espectador que paga entradas, suscripciones o ilusiones— es quien asume el coste real de estas operaciones. Porque mientras los gigantes se reparten los restos de la industria, lo que desaparece es lo que más necesitamos: la posibilidad de que algo inesperado, libre y humano vuelva a sorprendernos desde la pantalla.
En el fondo, el mensaje de esta guerra corporativa podría resumirse con amarga ironía en el título del nuevo intento de compra: Send Help. Pero nadie nos lo enviará.