Ronin FC o el eco hueco del fanatismo: cuando el seguidismo idiotiza al fútbol

En los confines más bajos del balompié catalán, donde el césped aún huele a barro y las botas crujen sin cámaras, ha nacido una criatura híbrida y desafinada: el Ronin FC, club anunciado por Ibai Llanos, sumo sacerdote de una generación a la que no se le exige más que obedecer al algoritmo.

Con el tono mesiánico que le otorgan sus casi 20 millones de fieles devotos, Llanos ha dado el salto desde las Veladas de boxeo televisivo y las ligas de cartón piedra como la Kings League, hasta un club real que jugará en la Quarta Catalana, la décima y más humilde división del fútbol español. Un escalón donde el romanticismo aún sobrevive… o sobrevivía.

El club, elegido por y para el espectáculo de sus seguidores, lleva el nombre de Ronin: samurái sin señor. Pero la paradoja es grotesca: este ejército digital se arrastra con devoción tras cada ocurrencia de su influencer-patrón. El ronin aquí no es un guerrero libre, sino una masa sin pensamiento propio, que aplaude cualquier excrecencia convertida en contenido.

Nada se sabe con certeza: ni campo, ni jugadores, ni reglas claras. Todo es improvisación, “contenido”, humo con forma de balón. Las entradas serán gratuitas, claro, porque el verdadero capital no se mide en taquilla sino en clics, en emojis, en ese zumbido aborregado que confunde pasión con fanatismo. El primer partido será el 21 de septiembre contra el Vallirana, y ya hay quienes esperan verlo en Twitch como quien espera la próxima gala de una telenovela de baja estofa.

Deporte como decorado para el ego

Lo grave no es el intento; lo grave es el éxito que tendrá. Porque hoy la ignorancia conectada y el culto a la celebridad vacía son capaces de levantar estadios de papel, clubes de espuma, y convertir cualquier gesto de mediocridad en un acto histórico.

Ronin FC no nace como un club deportivo, sino como una franquicia de sí misma, un producto sin tradición ni propósito más allá de generar ruido. Y su público, ávido de estímulos y sin apenas cultura crítica, lo celebrará como si fuera el Maracanazo.

Un porvenir de plastilina

Ibai Llanos, sin inversores y con el capital simbólico de sus cifras, parece decidido a jugar con las formas del deporte como quien juega con filtros de Instagram. Pero más allá de este caso particular, lo que inquieta es el futuro: ¿cuánto falta para que la realidad misma sea solo un decorado para el ego de quienes manejan los focos digitales? ¿Y cuánto más para que el espectador, ese ronin moderno sin voluntad, no distinga ya entre deporte, circo, mentira o verdad?

Lo que alguna vez fue noble sudor de barrio, se transforma ahora en un sketch largo y vacuo. En ese lugar incierto de la cuarta división catalana, quizás aún sobrevivan jugadores que no saben quién es Ibai. Ojalá no los contaminen.

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