¡SOMOS VÍCTIMAS! Nos OBLIGAN a ver TRON: ARES en el cine… y DEBEMOS hacerlo

Tron Ares: cuando ir al cine es un acto de resistencia

La paradoja de nuestra era cinematográfica es casi poética: nos lamentamos de que Hollywood solo apueste por superhéroes, por franquicias enlatadas, por la fórmula que siempre funciona… y cuando una gran productora decide invertir doscientos millones en algo distinto, nadie va a verla. Tron Ares, la secuela del universo digital más visionario que parió Disney, ha tropezado en su estreno. Pero que nadie se equivoque: este tropiezo no dice nada de la película. Dice mucho de nosotros como espectadores.

Ir a ver Tron Ares no es solo comprar una entrada: es emitir un voto de confianza en el blockbuster como espectáculo plural. Es recordar a Hollywood que aún hay público para la ciencia ficción de gran escala, para los mundos visualmente ambiciosos, para el riesgo tecnológico que no se disfraza de capa ni de spandex.

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Porque sí, Tron Ares es un riesgo. Una obra que hereda la audacia visual del clásico de 1982 y el neón melancólico de Tron: Legacy, pero que intenta actualizar el mito del hombre frente a la máquina en una época donde el algoritmo domina incluso nuestras emociones. Es un blockbuster que, a diferencia de tantos otros, no busca complacencia inmediata, sino fascinación.

Lo fácil para Disney habría sido invertir esos millones en otra película de Marvel. Pero decidió invertirlos en Tron, una saga que nunca ha sido rentable, pero que siempre ha sido iconográfica, inspiradora, un símbolo de lo que el cine puede imaginar cuando mira hacia adelante y no hacia atrás. Esa decisión —arriesgada, romántica, casi suicida— merece algo más que la indiferencia del público que dice querer “originalidad”.

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Porque no nos engañemos: cada fracaso como el de Tron Ares es una excusa más para que Hollywood vuelva al molde seguro. Y cada sala vacía es un voto silencioso por la repetición.

Ver Tron Ares en el cine no es por salvar la franquicia Tron. Es por salvar la idea misma de que el blockbuster puede ser algo más que una batalla de cómics. Es por recordar que el espectáculo cinematográfico también puede ser abstracto, eléctrico, emocionalmente futurista. Que puede ser música y geometría, luz y vértigo.

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Quizá Tron Ares no sea perfecta. Quizá su historia tropiece, o su estilo abrume. Pero ir al cine a verla es, paradójicamente, lo más humano que podemos hacer: elegir la curiosidad sobre la comodidad.

Así que esta vez, que el neón no se apague. Que no gane el algoritmo. Que gane el cine.

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