Sting, entre sexo tántrico y ONGs
Sting, el hombre que convirtió la música, el amor y la disciplina en un manifiesto de vida
Gordon Matthew Thomas Sumner, conocido en el mundo como Sting, lleva más de tres décadas desafiando al tiempo y a las convenciones. Con 73 años, dos conciertos recientes en Buenos Aires que encendieron a más de veinte mil personas, y una energía que parece inagotable, el exlíder de The Police demuestra que su magnetismo no ha menguado. Detrás de su éxito, su activismo y su fortuna —valorada en más de 300 millones de dólares— hay una historia tejida con amor, espiritualidad y convicciones férreas.

Su vida cambió en 1982, cuando conoció a Trudie Styler mientras aún estaba casado con la actriz irlandesa Frances Tomelty. “Ninguno de nosotros puede enorgullecerse de lo que pasó, pero pasó”, confesó en su autobiografía Broken Music. De aquel flechazo nació una relación que sobrevivió al escándalo inicial y que hoy es una de las más sólidas del mundo del espectáculo. Tras diez años juntos, se casaron en 1992 en Wiltshire y tuvieron cuatro hijos: Mickey, Eliot “Coco”, Jake y Giacomo. A los dos hijos de su primer matrimonio, Joe y Fuchsia, se suman así seis vidas que llevan su apellido.
Con Trudie, Sting comparte algo más que pasión: son mejores amigos. “Nos amamos, pero también nos gustamos, y eso es fundamental. Cásate con tu mejor amiga”, dijo el día de su boda. Juntos fundaron en 1988 Rainforest, una ONG dedicada a proteger las selvas tropicales y los derechos de los pueblos indígenas. También cultivan otra pasión: el vino. En su finca Il Palagio, en La Toscana, producen etiquetas como Roxanne o Sister Moon, y disfrutan compartiendo mesa, música y conversación con amigos.

El yoga ha sido su refugio durante más de treinta años. Lo practica a diario y organiza retiros en su finca, convencido de que la disciplina equilibra cuerpo y espíritu. De ahí nació el célebre comentario —luego matizado entre risas— sobre el sexo tántrico de siete horas: “Las siete horas incluían cena y cine”, bromeó en 2014. Para Sting, la sexualidad es un acto espiritual, una forma de amor que va más allá del deseo.
Hijo de un lechero y una peluquera en la humilde Wallsend, en Newcastle, Sting jamás perdió de vista sus raíces obreras. “Sigo siendo socialista, aunque sea muy rico. Respeto el trabajo y gasto bien el dinero”, declaró a El País. Fiel a esa ética, sorprendió al mundo cuando aseguró que no dejará su fortuna como herencia directa: “No quiero dejarles fondos fiduciarios. Tienen que trabajar. Saben que, si tienen problemas serios, los ayudaré, pero no habrá dinero cuando yo me vaya”.
Con 100 millones de discos vendidos, 17 premios Grammy y una influencia que atraviesa generaciones, Sting parece vivir sin cuentas pendientes. Lo dijo en 2017 con serenidad: “Si mañana mi vida terminara, no tendría nada que lamentar. Tuve una vida maravillosa”. Entre el vino, el yoga, la música y un amor que desafió prejuicios, Sting ha creado no solo una carrera, sino una filosofía: la vida, para él, es una canción compartida.