The Alfa Romeo Carabo: un concepto de 1968 que parecía salido del futuro
En 1968, cuando el mundo vibraba entre el vértigo psicodélico y la carrera espacial, un automóvil irrumpió como si hubiera descendido de otra galaxia: el Alfa Romeo Carabo. Diseñado por Marcello Gandini para Bertone, este prototipo fue más que un vehículo: fue un manifiesto futurista sobre ruedas, un destello de ciencia ficción convertido en acero y cristal.
Su carrocería verde iridiscente con toques anaranjados recordaba a los reflejos metálicos de un escarabajo —de ahí su nombre, inspirado en el Carabus, un insecto brillante y veloz—. Pero más allá del color, el Carabo parecía un artefacto salido de 2001: Una odisea del espacio: bajo y afilado como una cuchilla, con apenas un metro de altura, parecía diseñado para surcar las pistas como si fuesen órbitas.

La audacia de un diseño imposible
Gandini, que ya había mostrado su audacia en el Lamborghini Miura, fue aún más lejos con el Carabo. Introdujo las puertas en forma de tijera, un gesto estético y práctico que marcaría toda una era, adoptado más tarde por Lamborghini en el Countach y convertido en icono de los superdeportivos. Cada línea del Carabo era una provocación contra lo convencional: parabrisas rasgado, ángulos geométricos, perfil casi plano como una nave de combate.

No era solo un ejercicio de estilo: bajo su piel futurista latía el motor V8 del Alfa Romeo 33 Stradale, lo que lo dotaba de un corazón genuinamente deportivo. El Carabo podía superar los 250 km/h, convirtiendo en realidad lo que parecía un experimento de laboratorio.
Un auto que fue profecía
Aunque jamás llegó a producción, su impacto fue inmenso. Inspiró a generaciones de diseñadores y abrió un camino hacia la estética de los años setenta y ochenta, donde las líneas rectas, los ángulos agudos y las formas aerodinámicas se apoderaron de la imaginación automovilística. Cada supercoche que abrió sus puertas como alas fue, en parte, un heredero del Carabo.

En su tiempo, parecía una excentricidad. Hoy, contemplarlo es viajar al futuro que nunca tuvimos pero que aún deseamos. El Carabo encarna la idea de que el diseño puede ser un acto visionario: un objeto que no se limita a servir, sino que sueña por nosotros.
El futuro en un insecto metálico
En la era digital, donde los coches eléctricos buscan el equilibrio entre eficiencia y diseño minimalista, el Carabo brilla como un recuerdo de cuando el futuro se imaginaba con osadía, sin miedo a la extravagancia. Fue un insecto metálico que en 1968 nos mostró cómo podía ser el mañana: verde, brillante, geométrico, imposible.

El Alfa Romeo Carabo no fue un coche. Fue un espejismo del porvenir, una escultura de velocidad que nos recordó que la imaginación —cuando se atreve a volar más allá de la lógica— siempre llega antes que la realidad.