Vanessa Kirby desnuda la maldición de la excelencia: el fulgor que eclipsa en ‘Los 4 fantásticos: primeros pasos’

Vanessa Kirby desnuda la maldición de la excelencia: el fulgor que eclipsa en ‘Los 4 fantásticos: primeros pasos’

Hay presencias que no se limitan a habitar un plano: lo devoran, lo elevan, lo transforman en otra cosa. Vanessa Kirby es, sin duda, una de esas raras presencias. Con cada gesto suyo, el celuloide parece adquirir una gravedad propia, un temblor sereno pero inevitable. Y, sin embargo, en esta fuerza también hay un dilema. Porque cuando Kirby entra en escena, lo demás parece desvanecerse, perder textura, menguar en contraste. Su talento se convierte en espejo cruel para sus compañeros, en un faro que no solo ilumina, sino que deja en penumbra todo lo que no brilla tanto.

‘Los 4 fantásticos: primeros pasos’, el esperado arranque de la Fase 6 del UCM, ha sido recibida con aplausos generalizados, muchos de ellos dirigidos a su deliciosa estética sesentera y a la vibrante partitura de Michael Giacchino —probablemente su trabajo más inspirado para Marvel hasta la fecha—. La cinta es celebrada como un canto retrofuturista al espíritu delirante de los cómics originales, un mosaico visual que recupera el alma juguetona y osada de Jack Kirby. Pero en ese carnaval cromático, en esa historia de familia y exploración cósmica, hay un rostro que emerge como una constelación aparte: el de Vanessa Kirby.

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Su Sue Storm no solo encanta: impone. Con la calma letal de una reina exiliada o de una científica que lleva el universo inscrito en los huesos, Kirby convierte cada línea de diálogo en una declaración de principio, cada mirada en una hipnosis. Las primeras reacciones son claras: «Vanessa Kirby reina. ¡Moriría por ti, eres perfecta!» dice uno de los críticos con esa emoción adolescente que solo lo sublime puede despertar.

Y ahí está el punto más incómodo: ¿puede una interpretación ser tan buena que acabe siendo un problema? Kirby no roba escenas, las reescribe. No coopera en el equilibrio del grupo, lo redibuja en torno a ella. Incluso cuando el guion intenta repartir el protagonismo entre los cuatro miembros de la familia fantástica, su Sue Storm se yergue como un personaje que respira un aire más denso, más inteligente, más trágico que el resto. Ni siquiera el sorprendente trabajo de Ebon Moss-Bachrach como Ben Grimm logra contrapesar del todo ese vértigo actoral que ella despliega sin esfuerzo.

Es como si el don de Kirby fuera también una especie de maldición escénica: la de arrastrar consigo una energía demasiado intensa para los elencos a los que se une. No es la primera vez que ocurre —recordemos su desgarradora fragilidad contenida en Fragmentos de una mujer o su gélida precisión en Misión: Imposible—, pero aquí, en un universo coral que depende del equilibrio entre personajes, su brillo podría empezar a resquebrajar la armonía del conjunto.

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La película, por lo demás, funciona. Es sólida como Ben Grimm, juguetona como Reed Richards, luminosa como Johnny Storm. Su ritmo ágil, su tono aventurero, su narrativa que abraza sin rubor la maravilla y lo imposible, marcan una ruptura feliz con la grisura emocional de las últimas entregas marvelitas. Sin embargo, es difícil ignorar que mientras todos avanzan a paso firme, Kirby parece caminar sobre una cinta transportadora a velocidad distinta. Como si perteneciera ya no solo a otra película, sino a otra galaxia interpretativa.

Quizá ese sea el verdadero desafío de Vanessa Kirby de cara al futuro: no apagar su llama —que nadie lo desea—, sino aprender a modular su resplandor para no carbonizar la escena común. No porque deba rebajarse, sino porque la grandeza, cuando se vuelve constante, necesita sabiduría para no convertirse en tiranía estética.

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En este sentido, Los 4 fantásticos: primeros pasos nos deja dos certezas. Una: Marvel ha recuperado la capacidad de asombrar desde el artificio elegante y la emoción sencilla. Y dos: Vanessa Kirby no necesita superpoderes. Ya los trae de serie. El problema es que, en comparación con ella, los demás actores parecen haber olvidado sus capas en casa.

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