El papel de las influencers en las crisis ha sido duramente cuestionado tras la dana en Valencia. En lugar de aportar claridad en un momento crítico, algunas figuras influyentes como María Pombo y otras colegas del ámbito digital se convirtieron en altavoces de bulos y desinformación, debilitando la confianza en instituciones y organismos de ayuda. Su actividad en redes sociales, normalmente centrada en el marketing de productos de moda y estilo de vida, derivó en mensajes alarmistas que, además de confundir a sus millones de seguidores, desestimaron esfuerzos de los medios y servicios de emergencia, como la UME.
En un contexto de emergencia, donde cada información debe ser precisa, la figura del influencer se reveló más como un repetidor de rumores que como una fuente confiable. Este comportamiento no sorprende a expertos en comunicación como Antonio Cuartero, quien advierte que las redes convierten a estas figuras en líderes de opinión, especialmente para los más jóvenes. Sin embargo, a diferencia del periodista, el influencer no siente la responsabilidad de verificar la información, sino que a menudo amplifica sin filtro datos sesgados o falsos. De hecho, plataformas de marketing como Kolsquare subrayan el poder de influencia de perfiles como el de Pombo, cuyos seguidores confían en sus publicaciones en un 78%, un terreno fértil para la desinformación en un entorno de escasa cultura mediática.
Algunos de los bulos más difundidos incluyeron historias de miles de cadáveres en parkings, rumores sobre la inacción de la UME y desprestigio hacia las ONG, a las que acusaron de ocultar ayuda. Este tipo de mensajes no solo genera alarma social, sino que desestima el trabajo de organizaciones experimentadas. Expertos como Raúl Magallón sugieren que los organismos públicos deberían gestionar mejor la participación de influencers, dado el impacto que tienen en un público que se informa cada vez más en redes.
En paralelo, el narcisismo inherente al ecosistema influencer tampoco ha pasado desapercibido. Entre el caos, algunas figuras encontraron en la tragedia un medio para aumentar su exposición, aludiendo a una cercanía afectada o exhibiendo gestos banales de «ayuda» que resultaban ofensivos para muchos. En un ambiente ya cargado de desconfianza, influencers como Gala González han mostrado escepticismo ante el nivel de egocentrismo disfrazado de buenas intenciones, mientras que otros, como Gigi Vives, han hecho un mea culpa sobre la propagación de noticias falsas.
La dana ha puesto en evidencia la profunda desconexión entre el afán por «ayudar» y la responsabilidad que implica ser fuente de información. En última instancia, la relación entre desinformación y crisis humanitaria merece un análisis crítico, cuestionando hasta qué punto el poder de un influencer debería ser compensado con una responsabilidad que estos mismos, en su mayoría, parecen ignorar.