Yoshi Island: treinta años del primer óleo interactivo de Nintendo

Yoshi Island: treinta años del primer óleo interactivo de Nintendo

En 2025 se cumplen tres décadas desde el nacimiento de Super Mario World 2: Yoshi’s Island, una obra que, más allá de ser un simple videojuego, se alza como un lienzo en movimiento, un óleo interactivo donde cada trazo grueso y cada mancha de color salta con vida propia. Nintendo, con Shigeru Miyamoto al timón, convirtió la secuela de Super Mario World en un experimento audaz: tomar la base jugable de un clásico y envolverla en una textura visual tan única que todavía hoy parece irrepetible.

Si la primera entrega de Mario en SNES era ya un prodigio de diseño y ritmo, Yoshi’s Island decidió subvertir esa perfección. El protagonista deja paso a Yoshi, el dinosaurio que se convierte en el pincel conductor de la aventura, cargando entre sus fauces al bebé Mario como si de una delicada pincelada se tratase. Los niveles no son meros escenarios, sino cuadros en los que el relieve y la textura se traducen en saltos, giros y flotaciones que desafían el tiempo y la física del jugador. Esa tensión frenética contrasta deliciosamente con la apariencia infantil y serena de los escenarios, donde prados, ríos y nubes parecen brotar de una acuarela viva, y cada enemigo es una nota de color que rompe, temporalmente, la calma del lienzo.

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La revolución visual no se queda en la superficie: Nintendo EAD llevó la técnica artística a un plano jugable. Yoshi puede volar unos segundos, lanzar huevos que son proyectiles y llaves para descubrir secretos, y el bebé Mario, cuando sale disparado, ofrece una sensación de riesgo y ligereza simultáneamente. Cada elemento tiene su función estética y mecánica, creando un frenetismo controlado que hace que el tiempo dentro del juego sea maleable, intenso, pero nunca desordenado. Es un baile constante entre la tensión del juego y la calma de su apariencia, un equilibrio que pocas veces se ha logrado en la historia de los videojuegos.

Sonoramente, Yoshi’s Island es un poema. Cada melodía de Koji Kondo acompaña la acción con una suavidad casi táctil, donde el ritmo acompasa la velocidad de los movimientos de Yoshi y los saltos del bebé Mario. Cada efecto de sonido, desde el rebotar de los huevos hasta los pasos sobre el césped, parece pintado a mano para complementar el lienzo visual.

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A treinta años de su estreno, Yoshi’s Island sigue siendo un referente no solo como plataforma, sino como obra de arte interactiva. Su estilo, que fusiona pixel art original y no forzado, técnicas de animación y un colorido desbordante, anticipa décadas de juegos que intentarían capturar esa misma esencia: la de un óleo donde el jugador no solo observa, sino que participa, respira y transforma cada trazo con cada movimiento.

Hoy, podemos revisitar esta joya en Nintendo Switch Online o en la nostálgica SNES Classic Edition, pero su verdadero valor no se mide en ventas ni en portadas de revistas: reside en la magia de su puesta en escena, en cómo un dinosaurio verde y un bebé flotante lograron convertir la pantalla en un lienzo donde la jugabilidad y el arte se encuentran en perfecta armonía. Super Mario World 2: Yoshi’s Island no solo cumple 30 años; cumple el tiempo mismo, y lo hace con color, trazo y melodía, eternamente.

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