La lengua en modo Shadow Drop: la silenciosa colonización lingüística del castellano por la jerga del videojuego

La lengua en modo Shadow Drop: la silenciosa colonización lingüística del castellano por la jerga del videojuego

Vivimos tiempos extraños. Lo que en apariencia es progreso, integración global, acceso democrático al lenguaje del mundo, bien podría revelarse como una suave, dulzona forma de conquista. El enemigo, esta vez, no viene armado de espadas ni de arcabuces, sino disfrazado de streamer, embutido en camisetas con estampados de anime y encaramado en un gimnasio en vez de una biblioteca. No impone su idioma con leyes ni inquisiciones, sino a través de la risa tonta de un youtuber, del eco rítmico de un gameplay, de la torpe emoción con la que un joven celebra un headshot en lugar de un hallazgo literario.

Sí, la lengua española —esa que parió a Cervantes y que rezuma oro viejo en la prosa de Galdós, Unamuno o Valle-Inclán— está siendo devorada. No por necesidad, no por belleza, no por claridad. Simplemente por moda, por mimetismo, por una sumisión semántica tan voluntaria como inconsciente. Es una rendición lingüística sin resistencia, como si Bienvenido, Mr. Marshall hubiese saltado de la pantalla para instalarse definitivamente en el habla de quienes hoy, desde su Twitch o su Discord, proclaman el evangelio anglosajón con la devoción de quien repite un conjuro sin saber qué demonio invoca.

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¿Spoiler? ¿No era más bello decir “revelación prematura” o «destripe»? ¿Nerfear? ¿Acaso “debilitar” no era más claro, más rotundo, más noble? ¿Craftear, lagear, bugear? Palabras nacidas en el código fuente del entretenimiento electrónico que se han deslizado, como virus travestidos de neologismo, en la estructura misma de nuestro idioma, y lo han hecho no con violencia, sino con la complicidad de toda una generación que ha aprendido más vocabulario en Fortnite que en La colmena.

Lo alarmante no es la existencia de estos términos —toda lengua viva debe crecer, absorber, transformarse— sino la complacencia, la falta de pensamiento crítico, la renuncia sin examen. No es que un niño diga “random” porque no haya palabra en español. Es que ya no siente que deba haberla. Porque el inglés no es solo una lengua: se ha convertido en un estatus, un gesto de pertenencia, una contraseña cultural. Quien habla como El Rubius se siente dentro del club; quien dice “interfaz” en lugar de “interface” es un viejo; y quien escribe “modificación” en vez de “mod” se revela como un apestado cultural.

La culpa, en parte, recae en los nuevos medios de comunicación. La prensa del videojuego, los canales de YouTube, las cuentas de TikTok: todos parecen haber firmado un pacto no escrito que los obliga a renunciar al castellano por un «pidgin» anglo-tecnológico. Ya no informan, brieféan; ya no comentan, hacen spoilers; ya no descubren, leakean. Y los jóvenes —esos que tatúan sus cuerpos como páginas sin prólogo y prefieren levantar pesas antes que levantar el Quijote— beben ese léxico como si fuera verdad revelada.

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No hablamos ya del inglés de Shakespeare, ni siquiera del de Virginia Woolf. Este es el inglés de GTA, de Elon Musk, de los patch notes y las skins. Un inglés plano, utilitario, consumista, hecho para ordenar hamburguesas y actualizar aplicaciones. Un idioma que no nombra el alma, pero que define con precisión cuánto daño inflige una espada digital o cuánto tarda en respawnear un enemigo.

La lengua castellana no morirá mañana. Pero está siendo herida, sutil y constantemente, por quienes la aman sin saberlo y por quienes la desprecian sin querer. Y quizá algún día, cuando ya no quede rastro de lo que fue su fulgor dorado, alguien modeará su historia y se preguntará cuándo fue que decidimos cambiar la palabra “misterio” por “lore”, o “creación” por “crafteo”.

Lo terrible es que la respuesta estará en los archivos de un streaming, no en los versos de un poeta.

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