Campo de batalla: La Tierra y el enigma del desastre amado: Tarantino, Lucas y la rebelión secreta de la imaginación

Hay películas que no solo fracasan: implosionan. Se deshacen como un sueño que quiso ser galaxia, pero apenas logró ser chatarra espacial. Campo de batalla: La Tierra (2000), ese monumento al exceso de John Travolta y a la estética fluorescente de la desmesura, fue uno de esos naufragios cósmicos. La crítica la trituró, el público huyó, y su nombre quedó grabado en el panteón de los horrores fílmicos junto a Plan 9 from Outer Space o The Room. Sin embargo, allí donde el mundo vio ruina, dos titanes del imaginario moderno, Quentin Tarantino y George Lucas, vieron algo que el resto no pudo —o no quiso— ver: la pureza del delirio.

image-w1280-1-1024x576 Campo de batalla: La Tierra y el enigma del desastre amado: Tarantino, Lucas y la rebelión secreta de la imaginación

La anécdota parece una parábola. Roger Christian, director de la película y excolaborador de Lucas en Star Wars, recordaba cómo Tarantino se le acercó tras el estreno, emocionado, con el fervor de un profeta que ve en el caos un lenguaje divino:

“Esto es lo que quiero escribir. Es increíble. Van a morir todos ustedes. Pero me encantó esta película”.

Y añadió con una lucidez trágica: “Esperen diez o doce años, y todo cambiará”.

No cambió nada. Battlefield Earth sigue siendo un desastre, un desierto narrativo donde el polvo del exceso no deja ver el horizonte. Pero el gesto de Tarantino y Lucas abre una grieta fascinante en el muro de la opinión pública: ¿por qué dos genios de la cultura cinematográfica contemporánea, antitéticos en forma pero hermanos en espíritu, se sintieron atraídos por un filme considerado universalmente detestable?

La rebelión de los visionarios

Para comprenderlo, hay que mirar más allá del film y más adentro de la condición del creador. Tanto Tarantino como Lucas habitan una frontera común: la del exceso. Ambos han sido idolatrados y vilipendiados por la misma razón que admiraron Campo de batalla: La Tierra: su desprecio absoluto por el término medio.

Captura-de-pantalla_8-10-2025_145917_computerhoy.20minutos.es_ Campo de batalla: La Tierra y el enigma del desastre amado: Tarantino, Lucas y la rebelión secreta de la imaginación

Tarantino, que ve en la exageración un lenguaje legítimo, reconoce en la película de Christian una poética primitiva, casi infantil. Allí donde otros ven ridículo, él ve autenticidad; donde el público ve una máscara grotesca, él percibe una forma de sinceridad que el cine contemporáneo ha perdido. Para Tarantino, el mal gusto no es un defecto sino una vía directa a lo sagrado del cine: el impulso, la locura, la idea de que una imagen puede ser pura fe aunque su textura sea de plástico.

George Lucas, por su parte, siempre fue un místico del artificio. Desde THX 1138 hasta Star Wars, su obsesión ha sido la construcción de mundos imposibles donde la espiritualidad se filtra por los circuitos de lo digital. Su aprobación a Battlefield Earth parece provenir de ese mismo rincón de empatía: el reconocimiento del soñador que, armado con una cámara y demasiado dinero, intenta tocar el infinito.

El enigma de la humanidad contra sus monstruos

Aquí emerge el enigma central: ¿por qué la humanidad tiende a destruir a sus creadores más ambiciosos? ¿Por qué, cuando una película se atreve a desafiar el sentido común, el público y la crítica reaccionan como si hubiesen presenciado una herejía?

Campo de batalla: La Tierra no fue solo un fracaso técnico o narrativo; fue un ajusticiamiento público contra la soberbia del artista. El espectador contemporáneo, acostumbrado al equilibrio higiénico del entretenimiento, no soporta el riesgo de la imperfección desmedida. Preferimos la corrección a la locura, el algoritmo al grito. Y, sin embargo, son los locos —los que fracasan espectacularmente— quienes empujan el arte hacia adelante.

Tarantino lo intuyó: “Van a morir todos ustedes”. No hablaba solo de Christian o Travolta, sino del linaje del exceso, del arte que osa ser ridículo para alcanzar lo sublime. Lucas, por su parte, sigue siendo testigo de ese fuego: sabe que cada revolución visual nace del error, de lo que nadie se atreve a defender.

El desastre como redención

Quizá Battlefield Earth no sea una buena película, pero sí es una buena historia sobre lo que significa crear sin miedo. Es un monumento al fracaso como forma de libertad. Que Tarantino la reivindique y que Lucas la celebre no es un capricho cinéfilo, sino un acto de fe en el poder del cine como territorio donde lo ridículo y lo grandioso son, en realidad, la misma cosa.

La humanidad, en su ansiedad por etiquetar y purgar lo que no entiende, se enfrenta a estos dos guardianes del fuego creativo —Tarantino y Lucas— como si fueran herejes que veneran falsos dioses. Pero ellos, desde sus templos de celuloide, saben que en cada desastre late una verdad incómoda: que el arte solo respira cuando se atreve a hacer el ridículo.

Y en ese sentido, Campo de batalla: La Tierra no es un error. Es una confesión. Un espejo deformante que nos recuerda que todos, alguna vez, quisimos conquistar la galaxia… y acabamos cayendo en ella.

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