Running up that hill: el latido cromado que definió los ochenta

Hay canciones que se escuchan; Running Up That Hill se manifiesta. No pertenece a un año concreto —1985— sino a un estado mental colectivo: esa dimensión paralela donde el neón se mezcla con la melancolía, donde los sintetizadores no buscan futurismo sino humanidad, y donde los ochenta no son pasado, sino un pulso eterno. Cuando suena, el tiempo se pliega, las hombreras vuelven a crecer como alas, el pelo se eriza en plumas eléctricas y la memoria colectiva despierta como un sueño lúcido.

Más que un éxito pop, es la ecuación emocional de toda una década comprimida en un tempo de 108 BPM, lo suficientemente rápido para bailar, lo suficientemente lento para confesar secretos al oído.


La composición: un rezo en forma de ascenso

Musicalmente, la canción es una ascensión constante. No hay explosión en el estribillo, no hay clímax catártico: todo es un lento pero insistente ascenso espiritual, como si intentara llegar a un cielo que también huye. Su arquitectura armónica oscila entre progresiones menores que acarician la tristeza y un estribillo que sublima esa angustia en algo trascendente.

La estructura evita la clásica narrativa pop del problema → explosión → resolución. En su lugar, ofrece un mantra que gira, gira, gira, insistente como la memoria de un amor no resuelto.

Es una canción de deseo, no de conquista.


MV5BN2E0NmZjZTQtMWIzMy00NjdjLWEzMjktMGJiNjFiYjcxYjg5XkEyXkFqcGdeQXVyNTA1NDUwODc@._V1_-1024x768 Running up that hill: el latido cromado que definió los ochenta

Instrumentación: sintetizadores como carne, no como máquina

Los ochenta descubrieron que la electrónica podía ser alma, no solo tecnología. Aquí, las texturas sintetizadas no buscan lo metálico ni lo futurista: suenan a piel iluminada por luces púrpura. Los pads y arpegios son oleajes nocturnos; el Fairlight CMI —máquina mítica— se comporta como un médium emocional, no como un robot.

El beat, seco y contenido, parece latido cardiaco más que batería. Nada golpea fuerte: todo pulsa.

Estamos ante la humanización absoluta del sintetizador, santo grial del pop ochentero.


El ritmo: correr sin huir

El ritmo de la canción es paradójico: constante, casi mecánico, pero jamás impersonal. Evoca un correr sin destino, una resistencia silenciosa, como si uno avanzara entre luces de neón en una ciudad húmeda tras la lluvia. Es movimiento emocional, no físico.

No es baile de discoteca; es danza interior.

WH2 Running up that hill: el latido cromado que definió los ochenta

Color musical: púrpura eléctrico y melancolía ámbar

Si pudiéramos ver la canción, sería una calle mojada bajo carteles de neón magenta. Es un color que define la década: saturado, casi irreal, como si el mundo hubiese sido diseñado para ser portada de VHS.

Cuando suenan esos primeros compases, revive la paleta visual de videoclubs, portadas aerógrafo, chaquetas plateadas, cuerpos dorados en videoclips y ciudades convertidas en templos tecnológicos.

Escucharla es caminar por un Miami imaginado por un pintor barroco.


La temática: el amor como intercambio de cuerpos

Bush no escribe sobre romance adolescente, sino sobre metafísica emocional. “If I only could, I’d make a deal with God…” no es súplica religiosa, es un pacto por habitar el cuerpo del otro. Empatía extrema. Dolor compartido. Amor como transmutación.

Esta ambición —casi espiritual— fue también esencia de la década: el pop dejó de ser ligero y empezó a ser trascendente, teatral, casi sagrado.

v655h8bqmov51-1024x576 Running up that hill: el latido cromado que definió los ochenta

Los ochenta como fenómeno total

La canción no solo recoge la estética musical de la época; recoge su filosofía:

ElementoEn la culturaEn la canción
Tecnología naciendosintetizadores, ordenadores personales, VHSproducción electrónica emocional
Cultura visual saturadaMTV, videoclipeo, moda formalistaatmósfera cromática y ritual
Pop como religión modernaMadonna, Prince, Bowiemisticismo laico del estribillo
Cine domésticovideoclubs, cintas grabadas, neónsensorialidad de recuerdo grabado

Los ochenta no fueron solo música, fueron una forma de sentir el futuro. Running Up That Hill es ese futuro, pero congelado en ámbar.


El hechizo de lo eterno

Cada vez que vuelve —ya sea gracias a Stranger Things o a la nostalgia colectiva— no regresa como revival, sino como revelación. No parece una canción antigua revivida por tendencias, sino un mensaje enviado desde un tiempo donde todo era posible.

Es la máquina del tiempo más efectiva jamás grabada en un estudio.

Porque mientras otras canciones hablan de los ochenta, esta canción es los ochenta: un puente entre la carne y la máquina, entre el deseo y la luz, entre el amor y la última pista de baile antes de la resaca eterna.

Y uno solo puede pensar, mientras avanza ese synth omnisciente:

No estamos escuchando un recuerdo.
Estamos regresando a casa.

Puede que te hayas perdido esta película gratuita