Apoyar a Paramount o entregar Warner al algoritmo: el cine ante su último acto de rebeldía

Paramount contra la marea: por qué una opa hostil puede salvar el cine

Durante años se nos ha entrenado para aceptar lo inevitable: que el cine debía plegarse, manso y agradecido, al flujo inagotable del contenido. Que las majors dejaran de ser catedrales para convertirse en granjas. Que la pantalla grande pasara de rito a anécdota. En este paisaje de resignación aparece un gesto incómodo, casi intempestivo, que merece algo más que titulares apresurados: la ofensiva de Paramount para hacerse con Warner Bros. no es una simple maniobra financiera, es una declaración de amor al cine como arte industrial, como experiencia compartida y como tradición viva.

Paramount Skydance, bajo el timón de David Ellison, ha lanzado una opa hostil de 30 dólares por acción para adquirir Warner Bros. Discovery, desbaratando así el acuerdo que la compañía había cerrado con Netflix. Hablamos de una operación que valora el conjunto en más de 108.000 millones de dólares, muy por encima de la propuesta de la plataforma de streaming, más modesta en números y, sobre todo, más pobre en ambición cultural. No es solo una cuestión de dinero: es una pugna por el alma de Hollywood.

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Conviene decirlo sin eufemismos. Paramount sigue filmando cine. Cree en la sala, en el estreno como acontecimiento, en la liturgia de la oscuridad y el haz de luz. Netflix, en cambio, ha perfeccionado un modelo que no filma películas: fabrica contenido. Episodios intercambiables, narrativas infladas, culebrones de prestigio diseñados para el consumo distraído y el olvido inmediato. Su lógica no es la del cine, sino la del algoritmo. Y Warner, bajo ese paradigma, dejaría de ser una major para convertirse en una cantera de talento barato exprimido en series anodinas.

La queja de Paramount hacia el directorio de Warner Bros. Discovery no es retórica. Acusa a la junta de haber favorecido a Netflix desde el inicio, de inflar el valor de la futura Discovery Global y de cerrar el proceso con una miopía alarmante. En una carta dirigida a David Zaslav, sus abogados hablan de un camino ya decidido, de una evaluación “ilusoria” y de un desprecio evidente por el deber fiduciario hacia los accionistas. Traducido a lenguaje llano: había una mejor oferta sobre la mesa, y no se quiso mirar.

La inquietud no se limita a los despachos. En Hollywood cunde el miedo, ese miedo antiguo que siempre aparece cuando el cine siente que puede perder su casa. La absorción de Warner y HBO por parte de Netflix no solo amenaza a los cines; amenaza la diversidad creativa, la escala industrial y, no nos engañemos, roza peligrosamente los límites del monopolio. Hasta voces políticas, poco sospechosas de romanticismo cinéfilo, han dejado caer la posibilidad de una intervención antimonopolio. Cuando incluso el poder teme al tamaño de una plataforma, quizá no estemos ante una paranoia nostálgica.

Ted Sarandos ha prometido que Netflix respetará los estrenos en salas. Que no han venido a destruir ese valor. Palabras tranquilizadoras, sin duda. También lo era, en su día, el discurso de que el streaming conviviría armónicamente con el cine. La experiencia nos ha enseñado otra cosa: ventanas cada vez más cortas, estrenos simbólicos de dos semanas, prioridad absoluta a la pequeña pantalla. La sala como trámite. El cine como subproducto.

Por todo ello, el público —sí, el espectador, ese sujeto al que se le ha hecho creer que no pinta nada en estas operaciones— debería reivindicar y apoyar la opa de Paramount. No por nostalgia ciega, sino por lucidez histórica. Porque Warner en manos de Paramount seguiría siendo una major con entidad, con músculo y con vocación cinematográfica. Porque el cine necesita menos contenido y más películas. Menos series hinchadas y más obras con peso, riesgo y memoria.

Esta no es una guerra de plataformas. Es una batalla simbólica entre dos formas de entender la cultura audiovisual. De un lado, la industria que aún cree en el cine como arte popular. Del otro, la fábrica infinita de estímulos. Y, por una vez, el público tiene la oportunidad de tomar partido por algo más grande que una suscripción mensual: por la supervivencia del cine tal y como lo hemos amado y, con suerte, seguiremos amando mañana.

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