Anastasia Mitina: el arte de vivir con la piel al sol y el alma descalza
Anastasia Mitina: el arte de vivir con la piel al sol y el alma descalza
Hay cuerpos que habitan la imagen, y hay presencias que la trascienden. Anastasia Mitina —también conocida como Anna Ralphs— pertenece a esta segunda estirpe: la de quienes convierten cada gesto en una invocación a lo esencial, a lo libre, a lo íntimo.
Nacida el 12 de julio de 1995 en la región de Donetsk, su travesía la llevó desde las estepas del este de Europa hasta el crepitar del Atlántico en Tenerife, donde actualmente reside. Alta (1,78 m), de mirada oceánica y expresión solar, Anastasia no llegó al modelaje por cálculo ni ambición, sino por azar. Un traje de baño, una fotografía, y de pronto, la chispa: descubrió que posar podía ser no una impostura, sino una forma de liberación.



“Cuando poso desnuda me siento libre, profundamente libre”, ha dicho con la honestidad de quien no se esconde tras ningún artificio. Lo suyo no es una pose; es un estado del alma.
una musa sin artificios
Su rostro empezó a aparecer en editoriales que abrazaban la sensualidad sin filtros, y no tardó en conquistar las páginas de Playboy —ediciones de Países Bajos, Alemania, Chequia—, aunque siempre desde una estética personalísima, más cercana a la nostalgia y la ternura que a la estridencia.
En la editorial The Luckiest Charm, fotografiada por Ana Dias, Anastasia encarna un espíritu retro y travieso, desayunando cereales junto a un Simca amarillo en medio del bosque, como si el mundo fuera un juego suave entre infancia y deseo. La fotógrafa la define como “un 10 perfecto”, y en el backstage confiesa que no puede dejar de fotografiarla: algo en ella convoca la inspiración una y otra vez.

También ha sido inmortalizada en paisajes costeros de Mallorca, entre acantilados y espuma marina, en imágenes donde el cuerpo no adorna, sino respira junto al paisaje, se confunde con la sal y la roca.
entre la vida sencilla y el fulgor interior
Más allá de las cámaras, Anastasia es una mujer de costumbres tan curiosas como encantadoras: lava los platos de pie sobre una pierna, colecciona obsesiones por los cobayas y se cepilla los dientes como si ensayara una coreografía zen. Ama el surf, la escalada, los senderos de montaña y sueña con las olas de Nazaré o las luces del norte en Islandia.
Su palabra favorita para definirse es “felicidad”, una declaración desarmante en tiempos de poses forzadas. No hay en ella cinismo ni cálculo: hay instinto, alegría, curiosidad. Una vitalidad que no necesita adornarse, porque brilla sola.

belleza sin escándalo
Anastasia Mitina se revela como un cuerpo que no teme mostrarse, no para provocar, sino para habitar el mundo desde la verdad. Su desnudez no es pornográfica, sino poética; no es mercancía, sino afirmación. Se ofrece al lente como quien se ofrece al sol, sin miedo, sin ropa, sin más pretensión que la de estar viva y ser vista tal cual es.
Desde su refugio en Santa Cruz de Tenerife —una mansión de luz entre palmeras— no parece ambicionar las cimas de Hollywood ni los fuegos fatuos de la fama. Su revolución es otra: ser profundamente ella misma. Sin estridencias. Sin máscaras. Sin necesidad de fingir grandeza, porque la lleva dentro.
epílogo de luz
Anastasia Mitina no interpreta un papel. No se presenta como musa, pero lo es. No grita su belleza, pero deslumbra. No se impone al mundo, pero deja en él una huella delicada, como un perfume o una ola tibia que se retira del cuerpo y lo deja temblando.







Y así, sin buscarlo, se convierte en símbolo: de una belleza serena, de un erotismo sin violencia, de una forma de estar en el mundo con la piel expuesta y el alma descalza. Porque hay quien brilla con luces prestadas. Y hay quien, como Anastasia, lo hace con luz propia.