Crítica de ‘La asistenta’ (2025): un thriller eficaz atrapado en una imagen sin sombra
La asistenta llega a los cines españoles envuelta en el aura del fenómeno editorial. La novela superventas de Freida McFadden, impulsada por la viralidad y convertida ya en trilogía, desembarca en la gran pantalla con la promesa de un thriller psicológico adictivo, de esos que se consumen con la misma rapidez con la que se comentan. Y, en gran medida, la película cumple. Pero también delata sus límites.
El film se adscribe al territorio del suspense doméstico, aunque exige paciencia. Su primera mitad avanza de forma errática, casi engañosa, para después dar un giro de perspectiva que altera por completo el rumbo del relato. Esa estructura, heredada con fidelidad del material literario, no siempre encuentra una traducción cinematográfica armoniosa: las piezas encajan, sí, pero lo hacen con cierta torpeza, como si la película dudara de su propio pulso durante demasiado tiempo.
Donde no hay dudas es en el trabajo interpretativo. Sydney Sweeney y Amanda Seyfried sostienen la función con una entrega absoluta. Ambas disfrutan de personajes que transitan extremos emocionales sin red, y cuanto más se desborda la situación, mejor funcionan. Hay química, hay tensión y hay una comprensión clara de que el exceso, en este tipo de historias, no es un defecto sino una herramienta.
Dos mujeres, una casa y un relato envenenado
Millie, una joven acorralada por problemas económicos, acepta un trabajo como asistenta interna en la imponente mansión de los Winchester. Nina y Andrew forman un matrimonio aparentemente modélico, con una hija educada en la disciplina casi fantasmal del ballet clásico. Todo parece encajar en un decorado de lujo pulcro, ordenado, casi aséptico. Demasiado.

Pronto surgen grietas. Nina manifiesta una hostilidad creciente, ataques de histeria y juegos psicológicos que colocan a Millie al borde del abismo laboral. Andrew, por su parte, se presenta como una figura conciliadora, aunque no tarda en aparecer una tensión sexual que complica aún más el equilibrio doméstico. Las apariencias, como dicta el manual del género, engañan.
A partir de cierto punto, cualquier detalle adicional sería revelador. La película muta, se repliega sobre sí misma y propone un segundo acto radicalmente distinto. El interés aumenta, la oscuridad se espesa y las estrategias de los personajes comienzan a definirse con mayor claridad.
El problema de una imagen demasiado limpia
Sin embargo, La asistenta tropieza donde debería haber clavado el colmillo: en su impronta visual. La puesta en escena resulta excesivamente plana, limpia, casi publicitaria. La casa, que debería funcionar como un organismo opresivo, un espacio psicológico cargado de amenaza latente, queda reducida a un escaparate de lujo sin alma. No hay sombras que contaminen el plano, ni una atmósfera que envuelva a los personajes más allá de lo narrativo.

El formato visual se somete dócilmente a las tendencias actuales del thriller de plataforma: iluminación homogénea, encuadres funcionales, una corrección estética que anula cualquier posibilidad de inquietud profunda. Todo se ve demasiado bien, demasiado claro, demasiado seguro. Y en un thriller psicológico, esa limpieza se convierte en un lastre. La imagen no incomoda, no asfixia, no dialoga con el conflicto interno de los personajes.
La música, además, subraya en exceso aquello que la imagen no se atreve a sugerir. El suspense se anuncia, se recalca, se explica, cuando lo verdaderamente perturbador habría sido dejar que el silencio y el encuadre hicieran su trabajo.
Entre el entretenimiento y la ausencia de mirada autoral
La asistenta es, sin duda, una película entretenida. Funciona como artefacto de consumo, sabe dosificar giros y acaba ofreciendo un espectáculo doble: comienza como melodrama doméstico y se transforma en un juego más retorcido. Si el espectador supera su primer tramo, algo torpe y excesivo, el viaje acaba resultando satisfactorio.

Pero la sensación final es la de una obra encorsetada en un molde industrial demasiado reconocible. No hay una mirada autoral que deje huella, ni un uso del lenguaje cinematográfico que convierta la casa, los cuerpos y el espacio en elementos narrativos activos. Todo está al servicio de la historia, nunca del cine como experiencia sensorial.
Sydney Sweeney, eso sí, parece haber acertado en su apuesta por la comercialidad. La película conecta con un público amplio, combina sensualidad, sororidad, denuncia de relaciones tóxicas y un suspense fácil de digerir. Cumple expectativas y despierta curiosidad. ¿Podría haber sido mejor? Sin duda. Con una imagen más arriesgada, menos obediente y más psicológica, La asistenta habría podido aspirar a algo más que a ser un eficaz producto de temporada. Tal como está, entretiene… pero no deja cicatriz.



