De Michael Jackson a Sergio Ramos y el cine va por el mismo camino
Hubo un tiempo —no tan lejano— en que el arte popular aún emanaba grandeza. Cuando una generación de adolescentes se dejaba guiar por las coreografías imposibles de Michael Jackson, por el pulso narrativo de Steven Spielberg o por aquel cine que aún creía en la magia de la sala oscura. La cultura de masas era, pese a sus excesos, un territorio donde cabía el talento, la innovación y hasta una forma de épica colectiva. Hoy, en cambio, los vientos parecen soplar desde un lodazal de algoritmos y pantallas fugaces.
El ejemplo más reciente lo ha dado Sergio Ramos. Sí, el mismo central que levantaba copas de Europa, hoy convertido en fenómeno viral con un tema musical titulado Cibeles, estrenado y promocionado como si fuera la resurrección de un nuevo género. El fútbol ya no se conforma con devorar estadios: ahora quiere apropiarse de los escenarios musicales, aunque lo haga con la torpeza de un reguetón de auto-tune barato. La pregunta es inevitable: ¿cómo hemos pasado de la alquimia rítmica de un Michael Jackson a escuchar a un futbolista entonando melodías de verbena digital?

La respuesta, en parte, está en la pérdida de criterio de una generación nacida bajo el hipnótico fulgor de las redes sociales. Donde antes había exploración y búsqueda —los vinilos, las cintas, los videoclubs— ahora hay scroll infinito y consumo rápido. Los adolescentes de los 80 podían equivocarse en sus ídolos, pero rara vez se entregaban a la incultura con tanto fervor como la tribu actual, educada por el algoritmo y no por la pasión.
Y el cine, tristemente, marcha por la misma senda. De los estrenos que agitaban el pulso colectivo, de los parques jurásicos y los encuentros cercanos, hemos caído en las redes de Netflix, que produce películas como si fueran detergentes: limpias, funcionales, intercambiables, olvidables. El algoritmo dicta, la estética digital lo uniformiza todo, y la pantalla de inicio de la plataforma se convierte en un cementerio de telefilms disfrazados de cine.
Lo que hoy vemos con Sergio Ramos cantando Cibeles podría ser la metáfora perfecta de lo que se avecina en el séptimo arte: del mismo modo que la música se degrada hasta convertir a futbolistas en estrellas del reguetón, el cine se encamina hacia el día en que un youtuber o un streamer como El Rubius o Ibai Llanos aparezca como cabeza de cartel de una superproducción global, diseñada para hacer ruido dos semanas y desaparecer después como trending topic olvidado.
El problema no es la hibridación de géneros ni la expansión de fronteras —eso siempre ha nutrido al arte—, sino la sustitución del talento por la celebridad vacía, de la creación por la fórmula, de la emoción por la estadística. Estamos cambiando la fiebre por la fiebre viral, la música por el meme, el cine por el clip de consumo exprés.
La pregunta es: ¿toleraremos este festín de banalidad o exigiremos, como en los 80, que nuestro arte popular vuelva a ser un espejo de imaginación y no de algoritmos?