Desnudos en Olympo: Clara Galle, Agustín Della Calle, Nira Osahia, María Romanillos y Nuno Gallego

‘Olympo’: sudor, músculos y felaciones en horario juvenil — o cómo Netflix vuelve a destruir la educación sentimental de una generación

Las escenas de sexo de ‘Olympo’ se vuelven virales en internet y los actores responden: «No hay un abuso»

Tan solo dos semanas después de su estreno, Olympo, la nueva serie española de Netflix, ya se ha convertido en uno de los contenidos más vistos en la plataforma a nivel mundial. Y es que la ficción se sitúa en el tercer puesto del ranking internacional de visualizaciones, por detrás de El juego del calamar y Aguas turbias.

Lo cierto es que las comparaciones con Élite, el reflejo de la vida de los deportistas profesionales y las escenas de sexo que se viralizaban son responsables del cóctel perfecto para su éxito. A pesar de ello, sus protagonistas han intentado distanciar ambas producciones, mientras que justifican las secuencias eróticas más explícitas.

«El sexo está muy bien cuidado en esta serie, pero como se ve en cualquier Centro de Alto Rendimiento (CAR) o en cualquier parte del mundo. El sexo existe y creo que está bien que haya. Está fantástico. Considero que, en esta serie, comparado con otras tramas y con otras historias, creo que se queda en algo muy pequeño. Algo que también venía de Élite, que era otra cosa. Entonces yo no lo vi para tanto», señalaba el actor Nuno Gallego, quien interpreta a Cristian Delallave, en una entrevista para Los 40 Principales.

«Personalmente, yo no tenía demasiada experiencia rodando escenas de este tipo y la verdad que me gustó la forma en la que se aborda, todo el respeto que hay y la preparación. Creo que no hay un abuso del sexo en la serie. Sí que está presente, pero porque está presente en la vida y no es nada extraño. Son escenas que disfruté mucho y que son muy lindas de actuar, porque al final también cuentan encuentros amorosos», agregaba por su parte el actor Agustín Della Corte, que da vida a Roque Pérez.

¿’Olympo’ tiene tanto sexo como ‘Élite’?
Clara Galle ya hablaba también sobre las comparaciones con Élite. «Si Olympo es el nuevo Élite, sería increíble. Yo creo que el error está en intentar meter cada serie o película de adolescentes en la misma carcasa, y ni siquiera darles la oportunidad de verlas», señalaba a nuestro medio.


A pesar de ello, los medios internacionales se hacían eco de las semejanzas entre ambas ficciones y se pronunciaban sobre las escenas de sexo, que pronto provocaban la reacción del público en internet. De hecho, algunas cuentas de Netflix, como la de Brasil, directamente señalaban los momentos más candentes de cada capítulo.

Entre algunas de las secuencias de alto voltaje encontramos algunas entre los personajes de Amaia Olaberria (Clara Galle) y Cristian Delallave (Nuno Gallego), así como otros momentos entre intérpretes como Nira Oshaia (quien interpreta a Zoe), Agustín Della Corte (Roque), Andy Duato (Renata), Laura Moray (Jennifer) o Gleb Abrosimov (Gleb).

«Episodio 1 de #OlympoNetflix y todos están follando».

«Creo que en esta serie las escenas de sexo cuentan lo que les está pasando a los personajes. No es un ‘vamos a hacerlo por hacerlo’. Es porque ese personaje en ese momento lo necesita, ya que, si no mata a alguien», declaraba la actriz María Romanillos (Nuria Borges) a la Cadena SER, quien también hablaba de una figura clave en las grabaciones.

«La coordinadora de intimidad ha sido muy necesaria en un rodaje. Como actor o como actriz te puede dar un poco de pudor o miedo no encontrarte del todo a gusto con una situación, o con un determinado productor, un director o directora -por muchísima confianza que tengas con esa persona y la buena relación que haya-, al final es una figura de poder y con el coordinador no tienes que ir directamente a decirle que te da cosa. Creo que debería estar en todos los proyectos», confiesa Romanillos.

Netflix ha vuelto a hacerlo. Bajo el barniz de producción española y con una envoltura deportiva que pretende disfrazar su verdadera intención, la plataforma ha perpetrado otro asalto cultural en forma de serie juvenil: Olympo, heredera bastarda de Élite, pero ahora transfigurada en academia de alto rendimiento físico. El resultado: más carne, menos cerebro; más gemidos, menos ética; más cuerpos explotados que ideas sembradas.

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En este nuevo templo del culto al cuerpo y al impulso sin reflexión, el esfuerzo físico no es más que el decorado para una espiral de relaciones amatorias desfiguradas, felaciones como declaración emocional, amores líquidos que duran lo que un entrenamiento, y pulsiones hormonales revestidas de drama juvenil. Los jóvenes protagonistas, sudorosos, esculpidos como si cada uno hubiera salido de una campaña de ropa interior, compiten en todo salvo en inteligencia emocional o crecimiento personal. Nada nuevo, pero cada vez más preocupante.

Porque Olympo, lejos de proponer un relato sobre la excelencia deportiva, nos encierra en un gimnasio del alma donde solo hay espejos y gritos. Detrás del sudor estilizado y los abdominales de catálogo, se oculta un relato hueco que convierte el sexo en moneda de cambio, el deseo en espectáculo y la disciplina en tortura emocional. Lo que se nos vende como “presión competitiva” es en realidad una justificación audiovisual para la toxicidad relacional, el chantaje afectivo y la anulación del yo frente al culto del cuerpo y la mirada ajena.

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El personaje de Zoe, una joven que entra al CAR (Centro de Alto Rendimiento), se ve envuelta desde el minuto uno en un laberinto de secretos, envidias, celos y relaciones tan efímeras como fogosas. Su compañera Amaia mantiene un romance con Cristian —ambos en busca de patrocinios, no necesariamente con talento, sino con piel y entrega. Si una amiga supera tu rendimiento, no la felicites: destrózala. Y si no puedes vencer limpiamente, el sistema ofrece “métodos prohibidos” que la serie, con deleite perverso, decide explorar con aroma de escándalo, no de crítica.

La guinda la pone Roque, jugador de rugby que deberá “enfrentarse a la homofobia” cuando se sienta atraído por otro compañero. Un tema necesario y urgente, sí, pero abordado con la sutileza de un tatuaje en llamas: entre torsos brillantes, primeros planos de jadeos y frases huecas, todo se reduce a una estética publicitaria de la diversidad, donde la inclusión sirve más al marketing que a la educación.

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Olympo se pregunta en su tráiler: “¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar?” Y la respuesta que ofrece es desoladora: hasta el fondo de la degradación de los vínculos humanos si eso asegura un clic más, un tuit viral o una escena que arda en redes. La serie no se interesa por el mérito, la honestidad, la lucha deportiva real ni el sentido ético del esfuerzo. Aquí el podio se gana con sudor —pero no el del entrenamiento—, con traición, sexo mal entendido y un modelo de éxito que es puro vómito de vanidad y desesperación.

Lo más grave es que Olympo, como antes Élite, Sexo/Vida o Valeria, se inscribe en un discurso audiovisual que educa a nuestros hijos sin que nadie parezca detenerlo. Los adolescentes consumen estas ficciones no como entretenimiento frívolo sino como mapas sentimentales, y en ese espejo deformado aprenden que amar es poseer, que triunfar es ofrecerse, que mostrar es vivir.

Así, Netflix no solo produce series: produce formas de deseo, construye la idea de lo que es normal, de lo que debe ser el amor, el cuerpo, el futuro. Y en esta última obra, lo que nos propone es un estadio final del nihilismo romántico: el culo por encima del corazón, el grito por encima de la razón, el cuerpo como única herramienta de ascenso y la mente como decorado secundario.

Que nadie se extrañe si mañana los patios de colegio suenan más a Olympo que a Homero. Ya lo advertía Juvenal en Roma: panem et circenses. Hoy tenemos proteína y pelis calientes. El resultado, por desgracia, es el mismo: la juventud devorada por el espectáculo.

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