El cuerpo como portada: erotismo y desnudez en las carátulas del pop y el rock
Sensuales, machistas, transgresoras, reivindicativas, impublicables o directamente absurdas. Recorrido en imágenes por algunas de las carátulas más controvertidas de la música popular.









El cuerpo como portada: erotismo y desnudez en las carátulas del pop y el rock
Desde sus albores, la industria musical entendió que el sonido necesita de una imagen que lo encarne, que lo proyecte, que lo erotice. Así nacieron las portadas de discos, no como simples ornamentos sino como umbrales visuales a un universo sonoro, condensaciones icónicas de un estado de ánimo, una poética, una provocación. En particular, el pop y el rock —por naturaleza géneros transgresores, performativos y profundamente vinculados al deseo— han cultivado una iconografía donde el cuerpo, desnudo o sugerentemente expuesto, se convierte en símbolo, en detonante, en manifiesto.
Este artículo se adentra en ese corpus iconográfico donde la carne es protagonista, no desde una mirada morbosa o apologética, sino como fenómeno estético, cultural y simbólico. Porque cada cuerpo en una portada habla de una época, de una pulsión colectiva, de un gesto artístico que interpela tanto al espectador como al oyente.
La desnudez como ruptura: el rock de los sesenta y setenta
Con el advenimiento de la contracultura en los años sesenta, el cuerpo se convirtió en campo de batalla contra la represión moral. En este contexto, la desnudez en las portadas de discos fue mucho más que una provocación comercial: fue una declaración de principios. Uno de los ejemplos más paradigmáticos esTtwo virgins (1968) de John Lennon y Yoko Ono, cuya portada —un retrato frontal y posterior completamente desnudos— escandalizó a la sociedad británica y fue censurada en múltiples países. Más que una imagen sensual, se trataba de un manifiesto conceptual, una performance íntima donde el amor, la exposición total y la ruptura de convenciones se fundían en un acto artístico total.
Otro caso célebre es Electric ladyland (1968) de The Jimi Hendrix Experience. La edición británica mostraba a un grupo de mujeres desnudas, en una composición coral que desbordaba erotismo, sí, pero también psicodelia y ritualismo. No era un desnudo pornográfico, sino alucinógeno: una visión dionisíaca que armonizaba con el carácter cósmico y sensorial de la música de Hendrix.
También los Rolling Stones exploraron este territorio con Sticky fingers (1971), diseñado por Andy Warhol: un primer plano del pantalón vaquero masculino con una cremallera real, que insinuaba, sin mostrar, el sexo como motor de la identidad y del rock mismo. La portada no solo sexualizaba el cuerpo masculino, sino que introducía una dimensión táctil y performativa inédita.
la portada como fetiche: el cuerpo femenino en el pop
Si el rock masculino tendía al exhibicionismo viril o a la exaltación dionisíaca, el pop —especialmente en su vertiente más comercial y mediática— ha oscilado entre el empoderamiento y el fetichismo del cuerpo femenino. Portadas como la de Like a virgin (1984) de Madonna jugaron con el imaginario de la inocencia corrompida, del deseo que desafía al catolicismo, del cuerpo como arma performativa. Madonna, tumbada en encaje blanco sobre sábanas satinadas, no se ofrece: se representa. Su erotismo es autorreflexivo, desafiante, cuidadosamente coreografiado.

En otra clave, más inquietante, aparece la imagen de Is this desire? (1998) de PJ Harvey, donde el cuerpo se fragmenta, se esconde, se vuelve espectral. Aquí el erotismo no reside en la exposición, sino en la sugestión, en la torsión emocional de la carne ausente.
En el pop contemporáneo, artistas como Rihanna han llevado este juego al límite. La portada de unapologetic (2012), con su cuerpo desnudo cubierto por palabras escritas a mano —“Fearless”, “Faith”, “Victory”—, plantea un cuerpo intervenido por el discurso, un lienzo que oscila entre la vulnerabilidad y la autoafirmación. El desnudo, aquí, no es solo un gesto estético, sino una forma de escritura identitaria.
Ambigüedades y controversias
No se puede hablar de desnudez en las portadas sin mencionar las polémicas, la censura y las ambigüedades morales. El caso de Virgins and philistines (1985) de The Colourfield, con su imagen etérea de una joven desnuda bajo un filtro pictórico, despertó controversias similares a las provocadas por la icónica y perturbadora portada de Blind faith (1969), que mostraba a una niña preadolescente sosteniendo un avión metálico, imagen que fue rápidamente reemplazada por versiones menos provocadoras. Estos ejemplos nos confrontan con los límites de la representación: ¿cuándo el arte se convierte en explotación? ¿Cuál es la diferencia entre la provocación legítima y el sensacionalismo?
Entre la piel y el símbolo: hacia una poética de la portada
Más allá del escándalo, la desnudez en las carátulas del pop y del rock ha servido como espejo de nuestras tensiones culturales: el deseo y la culpa, la libertad y el control, lo sagrado y lo vulgar. Ha sido herramienta de emancipación, de mercadotecnia, de expresión poética. Ha codificado discursos de género, de poder, de identidad sexual.
El cuerpo en la portada no es un cuerpo cualquiera: es un cuerpo narrado, estetizado, a veces glorificado y otras veces herido. En él se proyectan no solo las fantasías de una época, sino también sus ansiedades, sus utopías, sus fracturas.
En definitiva, toda carátula erótica —ya sea de Bowie, de Prince, de Grace Jones o de cualquier artista menor perdido en la arqueología del vinilo— es una invitación a mirar, a escuchar, y a pensar el cuerpo como territorio simbólico. Un cuerpo que canta, que desafía, que interpela desde su silencio gráfico.