El desnudo de Florence Pugh en Lady Macbeth como antesala de su viuda negra
En Lady Macbeth (2016), Florence Pugh se despoja de todo —ropa, pudor y hasta del aire mismo que la rodea— para revelarse como un cuerpo cinematográfico dispuesto a devorar la pantalla. Su desnudo no es un gesto gratuito, sino un manifiesto visual: allí donde otras actrices hubieran buscado velos de discreción, Pugh elige la intemperie absoluta, la piel como trinchera de una rebeldía callada.
Ese cuerpo joven, bañado en la frialdad de los interiores decimonónicos, no se exhibe con erotismo complaciente sino con una especie de crudeza sacramental. La cámara lo contempla como si fuese mármol quebrado, un organismo en pugna con la opresión patriarcal, con el matrimonio forzado, con la asfixia moral de una época. Su desnudez es resistencia. Un acto político, no solo carnal.

Y sin embargo, esa misma carne que vibra en Lady Macbeth anuncia ya a la mujer que años después vestiría el traje negro del universo Marvel: Yelena Belova, la otra Viuda Negra. Porque lo que Marvel, entre coreografías de acción y frases envenenadas de ironía, rescata de Pugh no es su físico perfecto —que también— sino la intensidad volcánica que el desnudo de Lady Macbeth revelaba como promesa.
En aquel film británico de atmósferas densas, el cuerpo desnudo de Pugh era vulnerabilidad y poder en un mismo gesto: la mujer sometida que, en su misma exposición, se transforma en dueña de su destino. En Marvel, esa metamorfosis se vuelve pop, envuelta en cuero y explosiones. Pero la raíz es la misma: la actriz entiende que el cuerpo en pantalla es arma narrativa. Un arma que puede ser tan letal como un puñal o una viuda negra en combate.

Lo audaz está en leer aquel desnudo no como un paréntesis erótico en la filmografía de Pugh, sino como la semilla de una mitología. Su piel al descubierto no solo habitaba el universo de las pasiones envenenadas de Lady Macbeth, sino que anticipaba, con ironía casi profética, el uniforme ajustado de Marvel. Una piel que muta en armadura, un gesto de intemperie que evoluciona en gesto de superhéroe.
Florence Pugh, al fin y al cabo, nos recuerda que el cuerpo en el cine es siempre un territorio político: puede ser objeto del deseo, sí, pero también campo de batalla, manifiesto estético, o antesala de una superproducción multimillonaria. Su desnudo en Lady Macbeth fue la primera página de un relato donde lo íntimo y lo pop, lo sacrílego y lo comercial, dialogan con una coherencia inesperada.

El arte de desnudarse, en ella, no es el de mostrar más, sino el de revelar quién será después.