El desvelo de Ninette: erotismo, inocencia y transgresión en el cine de garci
El desvelo de Ninette: erotismo, inocencia y transgresión en el cine de Garci
Pocas veces el cine español ha sabido conjugar con tanta gracia la candidez y el fuego como lo hizo José Luis Garci en Ninette, película estrenada en 2005 y basada libremente en las comedias teatrales de Miguel Mihura. En ella, Elsa Pataki encarna a Ninette Sánchez, una joven francesa de origen español, tan bella como desenvuelta, que arrastra consigo un aura de provocación disfrazada de dulzura. En su cuerpo —como en su personaje— se encarna el viejo deseo del cine europeo de mostrar sin pudor, pero sin vulgaridad, la vitalidad de la carne joven como una forma de poesía encarnada.

Ninette no es solo una mujer. Es, como toda figura mítica del erotismo cinematográfico, una fuerza de la naturaleza. Una suerte de Venus contemporánea en la que convergen las coordenadas del deseo masculino y la libertad femenina. Y lo hace sin caer en la cosificación plana ni en la simple provocación: su erotismo no es uno que se exhibe por obligación narrativa, sino que irrumpe como un brote de autenticidad. En una escena ya célebre, Pataki se desnuda frente a su partenaire masculino, y lo hace con una naturalidad tan absoluta que uno no puede evitar pensar en las heroínas de Truffaut o Rohmer, aquellas jóvenes que desnudaban el cuerpo como una prolongación del alma.

Es precisamente en esta escena donde Garci, con su habitual estilo de clasicismo cinéfilo, alcanza uno de los momentos más osados de su filmografía. El desnudo no es aquí una transgresión gratuita, sino una afirmación de la vitalidad humana, una ruptura con la mojigatería heredada de décadas de represión. Al mostrar a Ninette tal como es —sin ropa, sin artificios, sin miedo—, el cineasta parece levantar un pequeño manifiesto: la belleza existe, el deseo es legítimo, y la sensualidad puede ser un gesto de inteligencia.

Elsa Pataki, por su parte, se transforma en esa escena en una musa ambigua. Por un lado, su físico rotundo, de una fotogenia incuestionable, activa la maquinaria del deseo. Pero por otro, su actitud —juguetona, ingenua, provocadora sin cálculo— desarma cualquier lectura simplista. No estamos ante una femme fatale, sino ante una figura que encarna la sexualidad sin trauma, sin carga moral, como una forma de alegría de vivir. Su cuerpo no es trágico ni culpable: es solar, generoso, abierto.

El personaje de Andrés, interpretado por Carlos Hipólito, se convierte en una especie de álter ego del espectador: provinciano, tímido, profundamente marcado por la cultura del recato. Ninette lo desarma, lo transforma, lo obliga a mirar el mundo desde otra perspectiva. En este juego de contrastes, el film encuentra una dimensión política apenas insinuada: el erotismo como liberación, como pedagogía sentimental que arrastra los residuos de una España en transición perpetua.

Hay en ninette una voluntad de comedia ligera, casi afrancesada, pero también un gesto profundamente ibérico de redención del cuerpo. Garci, que ha sido siempre un director nostálgico, se permite aquí una licencia lúbrica que no traiciona su clasicismo, sino que lo revitaliza. Es como si el viejo Hollywood de Lubitsch o Wilder encontrara un eco sensual en las aceras del Madrid contemporáneo. Y en ese eco, el cuerpo de Pataki resuena como un himno a la libertad, como una oda a la juventud sin culpa.

El desnudo, en este caso, no es un mero recurso visual, sino un punto de inflexión. Con él se consuma la transformación del relato: la comedia costumbrista deviene fábula sensual, y el espectador, atrapado entre la risa y el deseo, se convierte en testigo de un rito de paso. Porque cada buen desnudo en el cine —y el deNninette lo es— no se limita a mostrar, sino que revela. Revela una forma de estar en el mundo, una actitud ante la vida, una ética del placer que desafía las estructuras anquilosadas de la moral dominante.
Así, el film de Garci se suma a esa breve pero luminosa tradición del cine español que ha sabido mirar el cuerpo femenino con elegancia, con atrevimiento y con hondura. Un linaje donde conviven las ninfas de Bigas Luna, las musas de Vicente Aranda o las criaturas inquietantes de Eloy de la Iglesia. Pero ninette, con su aroma de postal parisina y su calidez de comedia romántica, posee una particularidad: logra que el desnudo no sea escándalo ni mercancía, sino un gesto de amor al cine, a la belleza y a la posibilidad —por qué no— de vivir sin miedo.
Porque al final, lo que se desnuda en esa escena no es solo el cuerpo de Elsa Pataki, sino el deseo mismo de una generación que aún busca reconciliar el gozo con la inocencia, el ardor con la ternura. Y eso, en estos tiempos de ironía y cinismo, es quizá el mayor atrevimiento de todos.