El gimnasio como aula: la perversa lección de un profesor de periodismo

El gimnasio como aula: la perversa lección de un profesor de periodismo

En el eco marmóreo de las universidades, donde aún resuenan las aspiraciones de Platón y las utopías de Gutenberg, un profesor de periodismo ha desviado la brújula ética hacia un horizonte inquietante. Con una sonrisa de quien cree estar ofreciendo un consejo pragmático, este docente ha comenzado a recomendar a sus alumnas —con descarada especificidad de género— que dediquen menos horas a la biblioteca y muchas más al gimnasio. No lo dice en broma, ni en un susurro cínico; lo proclama como estrategia de supervivencia en un ecosistema mediático que, según él, sigue valorando más la tersura de la piel que la agudeza del pensamiento.

Para este profesor, las redacciones televisivas no son templos del rigor ni ágoras del conocimiento: son pasarelas veladas donde el brillo del cabello y la talla de la cintura, lamentablemente, pesan más que la precisión de un dato o la capacidad de hacer una pregunta incómoda. Telecinco, RTVE, Antena 3, La Sexta, Cuatro… todas las cadenas tradicionales, sugiere, siguen atrapadas en la telaraña de lo visual, donde la mujer periodista es muchas veces orillada a ser, antes que voz, ornamento.

presentadoras-guapas-espanolas-4-647ddea4af2c1-1024x614 El gimnasio como aula: la perversa lección de un profesor de periodismo

Lo más inquietante no es que este diagnóstico tenga cierta base empírica —basta un rápido zapeo para constatar la tendencia— sino la aceptación resignada con que se presenta. En lugar de sembrar la revuelta intelectual, este maestro siembra la acomodación estética. No les dice a sus alumnas que desafíen el sistema, que lo incendien con su talento, que rompan la dictadura de la apariencia: les dice que se amolden, que jueguen según las reglas de un tablero que ya viene marcado por el brillo superficial.

¿Es este el periodismo que queremos legar? ¿Uno donde el eslogan tácito sea “piensa menos, tonifica más”? La academia, que debería ser la fragua donde se templan las voces críticas, parece aquí una sucursal de gimnasio donde las pesas sustituyen a los libros y el sudor en la frente es más valioso que la tinta en las manos.

El problema, claro, no es el gimnasio en sí. Cuidar el cuerpo es hermoso, pero jamás debería ser impuesto como condición para que una mujer pueda narrar el mundo desde una pantalla. La belleza —siempre plural, siempre disidente— no debería ser un peaje para acceder al micrófono.

maxresdefault-6-1-1024x576 El gimnasio como aula: la perversa lección de un profesor de periodismo

Detrás de este consejo hay una rendición, una complicidad amarga con el statu quo de la imagen. Se perpetúa así una estructura donde las mujeres periodistas son invitadas a ser cuerpos antes que ideas, rostros antes que preguntas, figuras antes que incómodas verdades.

Pero las aulas, incluso las que hoy parecen colonizadas por este tipo de mensajes, aún pueden ser trincheras de otro periodismo: uno que celebre la elocuencia, la valentía y la capacidad de incomodar. Uno donde las pesas más importantes sigan siendo las del pensamiento.

Quizás este profesor haya olvidado que los cuerpos —todos— son hermosos cuando albergan mentes encendidas. Que la televisión puede ser otra cosa. Que aún se puede desobedecer. Y que las bibliotecas, con su silente terquedad, siguen esperando.

dilettal-1024x576 El gimnasio como aula: la perversa lección de un profesor de periodismo

Puede que te hayas perdido esta película gratuita