Caratula

El equipo creativo detrás de joyas como Adiós a la casta y El tesoro perdido de Cuauhtémoc, que ha sabido revitalizar el espíritu del videojuego clásico, culminó su más querida obra. Este proyecto se presenta como una suerte de continuación espiritual del mítico Abu Simbel Profanation de Dinamic, un título que, en la década de los ochenta, marcó un hito en los microordenadores de la época, conquistando tanto a jugadores como a desarrolladores por su ingenio, desafío y atmósfera inolvidable.

Un legado inmortal: el original

Lanzado en 1985, Abu Simbel Profanation, creado por Víctor Ruiz, cerró la trilogía iniciada por Saimazoom y Babaliba, consagrando al personaje de Johnny Jones en los anales de la historia de los videojuegos. Bajo el influjo de una maldición egipcia, Johnny es transformado en una peculiar criatura de apariencia circular con una nariz prominente y piernas que le permiten únicamente dos movimientos: un salto corto y otro largo. Su misión, a la vez simple y monumental, consistía en aventurarse en las entrañas del templo de Abu Simbel para deshacer la maldición y recuperar su forma humana.

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El escenario, que se presenta como un ente vivo, adopta un papel dual: es tanto un aliado indispensable como un enemigo implacable. En su exploración, el templo oculta secretos y artefactos, como medallones y transportadores, que resultan cruciales para la travesía, además del enigmático diamante central que, según su color, señala el camino hacia el clímax de la aventura. Sin embargo, la amenaza constante de trampas letales —desde gotas ácidas y murciélagos hasta momias y anillos asesinos— convierte cada paso en un acto de tensión extrema.

Entre los elementos más notables de este título se encuentran las «salas trampa»: habitaciones donde el jugador, al cometer un error, quedaba atrapado en un ciclo continuo de muertes que culminaba inevitablemente en el temido game over. Esta característica añadía una capa de angustia inigualable, donde cada movimiento debía calcularse con precisión quirúrgica, so pena de perder todo el progreso logrado hasta ese momento.

La ambientación como obra maestra

Si algo distingue a Abu Simbel Profanation como una obra de arte en el universo de los 8 bits, es su capacidad de inmersión. En una época en la que la tecnología gráfica y sonora era extremadamente limitada, el juego logró evocar emociones profundas a través de su atmósfera. Con cada cambio de sala, los jugadores se encontraban inmersos en una soledad palpable, enfrentándose a un espacio desconocido que demandaba ser conquistado.

En un tiempo donde los videojuegos aún estaban en su infancia, Abu Simbel Profanation trascendió los límites técnicos para convertirse en una experiencia sensorial y narrativa única. En aquel mundo de píxeles y polígonos primitivos, este juego logró lo impensable: transformó a un niño de 12 años en un intrépido explorador, situándolo en el corazón de un templo perdido, enfrentándose a retos colosales y emergiendo victorioso, con la misma euforia que debió sentir Neil Armstrong al pisar la Luna (si alguna vez lo hizo).

Preservando la historia

Hoy, mientras celebramos los esfuerzos de los desarrolladores que rinden homenaje a estos hitos, se vislumbra una oportunidad de revivir estas obras maestras. La inauguración del Museo FX, que invita a experimentar las primeras creaciones españolas, y la posibilidad de descargar gratuitamente Abu Simbel Profanation en la Apple Store para iPhone y iPad, subrayan la relevancia de preservar y celebrar estos títulos como testigos de una era dorada.

Lejos de ser simples objetos de nostalgia, juegos como Abu Simbel Profanation son verdaderos monumentos culturales que demuestran cómo, incluso en un entorno de recursos limitados, la creatividad puede abrir puertas a universos ilimitados, convirtiendo píxeles en emociones y desafíos en arte puro.