En la penumbra de Siracusa | Relato erótico

La ciudad dormía al arrullo de un mar sin viento, y las persianas de los apartamentos caían como párpados pesados sobre la memoria de un día calcinado. En un ático olvidado por los turistas, dos mujeres se encontraron —no por azar, sino por esa clase de conjunciones que desafían al tiempo y se inscriben, más que en la carne, en el silencio.

victoria-minina-diana-sedova-plov-pals-ii-zishy_06-1024x683 En la penumbra de Siracusa | Relato erótico

Lucía, cartógrafa española en tránsito hacia el sur, se había perdido aquella tarde entre los callejones húmedos de Ortigia. Cargaba con mapas rotos y una tristeza sin nombre, como si su cuerpo conservara las coordenadas de un naufragio. Helena, restauradora rusa enviada para inspeccionar un fresco bizantino descompuesto por la sal marina, la encontró en una taberna sin techo, donde el vino sabía a resina y a abdicación.

victoria-minina-diana-sedova-plov-pals-ii-zishy_07-683x1024 En la penumbra de Siracusa | Relato erótico

No hablaron mucho. Como en los antiguos rituales órficos, el deseo se inscribió primero en la gestualidad del humo que ambas exhalaban con lentitud, en la longitud de las pausas, en la forma exacta en que sus rodillas no se tocaban aún. Decidieron compartir el trayecto hasta la habitación de Helena, un espacio blanco apenas atravesado por la luz del puerto, donde todo estaba suspendido: los relojes, las preguntas, el porvenir.

victoria-minina-diana-sedova-plov-pals-ii-zishy_09-1024x683 En la penumbra de Siracusa | Relato erótico

Se desnudaron sin prisa, como quien va deshojando una oración. Ninguna miraba a la otra con hambre, sino con esa mezcla de reverencia y vértigo con que se observa una obra irrepetible. No hubo violencia en su entrega, ni clímax en el sentido narrativo, sino una expansión —infinita y lánguida— del tiempo. Cada caricia era un archivo abierto, una inscripción antigua recuperada al tacto.

victoria-minina-diana-sedova-plov-pals-ii-zishy_12-683x1024 En la penumbra de Siracusa | Relato erótico

Lucía trazaba sobre la espalda de Helena líneas invisibles, como si cartografiara un continente inexplorado. Helena respondía con besos arqueológicos, descubriendo capas, estratos, zonas de ruina y de fervor. Se amaron como si lo hubieran hecho en otra vida, o como si debieran hacerlo para que esta vida tuviera sentido. Entre sus cuerpos, la noche se volvió un idioma más antiguo que el griego.

Cuando el alba comenzó a filtrarse por las rendijas, lo hizo como una promesa y una pérdida. Ninguna preguntó si habría un después. Lo esencial ya había sido dicho en ese idioma sin lengua, en la voz sorda del cuerpo que encuentra por un instante la exacta medida de su deseo.

En los márgenes del espejo empañado, alguien escribió con el dedo: hic sunt amantes.

Puede que te hayas perdido esta película gratuita