El videojuego, en su devenir, se presenta como un torrente imparable de innovación, una fuerza que transgrede fronteras y redefine constantemente las fronteras de la técnica. Cada año, la industria se ve arrastrada por una espiral de avances vertiginosos en gráficos, físicas, inteligencia artificial y guionismo. No obstante, mientras la técnica y la producción evolucionan a un ritmo deslumbrante, no siempre podemos decir lo mismo sobre la calidad inherente a la jugabilidad, ni mucho menos sobre la originalidad. Muchos desarrolladores se han estancado en la repetición de fórmulas probadas, olvidando el espíritu pionero que una vez definió el videojuego como medio artístico. Afortunadamente, en medio de esta marea de conformismo, todavía existen exploradores del bit dispuestos a desafiar lo establecido y ofrecernos algo verdaderamente inesperado. Uno de estos raros ejemplares es Life of Pixel (2013), un título que se erige como una joya de la nostalgia y la reflexión sobre el origen de este arte.
Imaginemos por un instante que en las aulas de historia del arte de nuestras instituciones educativas se decidiera incluir un capítulo dedicado al videojuego, un análisis que tratara desde los primeros compases del pixel hasta la creación de mundos virtuales. Lo que nos aguardaríamos sería una sucesión de párrafos académicos sobre las plataformas de antaño, la evolución de los sprites, el número de colores disponibles, el scroll, la animación rudimentaria y otros términos técnicos. Pero, ¿para qué condenarnos a un texto monótono cuando podemos experimentar, de manera vivencial y profunda, ese mismo recorrido a través de Life of Pixel?
Desarrollado por el equipo semiamateur Super Icon Ltd., y con Richard Hill-Whittall al mando del arte, el diseño y el sonido, Paul Hudak en la programación y Eric Skiff a cargo de la música, Life of Pixel nos narra las peripecias de un… pixel, que, al despertar, se enfrenta a una trascendental cuestión existencial: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? La respuesta a estas preguntas lo lleva a adentrarse en un peculiar museo del videojuego, donde decide embarcarse en un viaje a través de la memoria de las máquinas más significativas de la historia del medio. El periplo comienza, lógicamente, con el mítico Sinclair ZX 81.
A partir de ahí, el juego se desarrolla como una obra de plataformas que, desde su estructura más básica, invita al jugador a revivir en pocas horas lo que generaciones enteras vivieron durante más de una década: la evolución del videojuego. Comenzamos en el ZX 81, un entorno de blanco y negro con pocos elementos en pantalla, lo que hace que el reto sea casi inexistente para un jugador contemporáneo. La escasa memoria de la máquina, junto a la limitación de gráficos y animaciones, hace que el mayor desafío sea, quizás, adaptarse a un sistema de control rudimentario, ya sea mediante teclado o joystick.
El siguiente escalón en la evolución es el glorioso Atari 2600, que introduce el color y el movimiento limitado de los sprites. Aquí, la dificultad comienza a aumentar, aunque sigue siendo un paso accesible para los jugadores actuales. Con el advenimiento del Spectrum 48k, la evolución es más notoria: los cambios de pantalla y la introducción de scroll permiten un nuevo grado de complejidad espacial, a lo que se añade un mayor número de enemigos y la posibilidad de desplazarse por distintos entornos. En este punto, la dificultad comienza a tomar cuerpo, y las fases finales empiezan a representar un desafío digno de las capacidades del jugador contemporáneo.
Finalmente, el juego nos lleva a la venerada computadora BBC, donde la evolución de la inteligencia artificial se hace patente, aunque aún limitada, como la de un espectador pasivo de televisión. A lo largo de su travesía, Life of Pixel va tejiendo, máquina a máquina, una narración profunda sobre el progreso tecnológico y la historia del videojuego.
El videojuego se presenta en una plataforma aparentemente simple, pero que cobra todo su sentido en dispositivos con joystick físico, como la PlayStation Vita o Xperia Play. La esencia de Life of Pixel reside en la interacción precisa que permite el control del doble salto mediante el uso del stick, algo que resulta imposible de replicar en una pantalla táctil. Quien logre completar esta obra maestra en una pantalla táctil, merece, al menos, un Tigretón como recompensa.
Por último, Life of Pixel es una obra imprescindible para cualquier amante del videojuego, disponible por apenas 1,99€ en PlayStation Mobile. Es un homenaje, un recorrido sensorial y didáctico a través de las primeras etapas del videojuego, que nos recuerda que la historia de este arte no está sólo en los libros, sino en la vivencia misma de sus primeros pasos.