La verdad de Torre Pacheco entre cifras, sombras y silencios: ¿qué se esconde tras los datos?

La verdad de Torre Pacheco entre cifras, sombras y silencios: ¿qué se esconde tras los datos?

Mientras los titulares compiten por apropiarse del relato, Torre Pacheco, esa pequeña babel agrícola del sureste español, resiste atrapada entre el miedo, el abandono institucional y el ruido político. A mediados de julio de 2025, la pregunta que late no es ya si hay violencia o inseguridad, sino qué verdad se oculta tras las cifras oficiales y quién construye esa versión de los hechos que pretende calmar o incendiar según convenga.


La criminalidad que no se ve: la aritmética del silencio

Los datos dicen que en Torre Pacheco la criminalidad ha subido apenas un 4 % en 2025. Un aumento tibio, casi decorativo, acompañado de cifras aún más reconfortantes: los robos con violencia han bajado un 40 % y los robos en domicilios, un 20 %. ¿Paz? ¿Progreso? ¿Seguridad recuperada?

La realidad en las calles susurra otra música. Muchos vecinos denuncian un aumento constante de hurtos menores, peleas entre jóvenes al anochecer, intimidaciones cotidianas que no dejan heridos ni denuncias, y que por tanto no aparecen en el boletín de criminalidad. Es ahí donde se despliega la trampa estadística: si no hay sangre ni denuncia, no hay delito. Así, los políticos pueden seguir vendiendo una imagen de control que es, en el fondo, un acto de ilusionismo administrativo.

Lo mismo ocurre en el mundo de la educación: los datos oficiales celebran una supuesta caída del fracaso escolar, cuando en realidad todos los docentes saben que simplemente ya no se permite suspender a la mayoría de los alumnos, salvo en casos extremos. El nivel educativo se ha hundido, pero la estadística sonríe como si nada. Se confunde éxito con maquillaje.

En Torre Pacheco, como en tantas otras esquinas del mapa, la criminalidad no se mide con precisión, sino con conveniencia. Las cifras no reflejan la tensión acumulada, ni los silencios forzados, ni los gestos de autocensura de quienes ya no se atreven a hablar con libertad. ¿Cómo reflejar el miedo en un Excel?


Voces del pueblo: entre el desencanto y la rabia

Vecinos de toda la vida expresan una sensación de pérdida. “El pueblo ya no es lo que era”, se oye repetidamente. No siempre se habla desde el racismo ni desde la ignorancia: muchos relatan experiencias reales de inseguridad nocturna, de una convivencia rota por la falta de normas, de juventud sin horizonte. Pero también reconocen que la violencia reciente ha sido espoleada por grupos organizados, que aprovecharon un caso concreto para azuzar el odio. Es decir, las heridas son reales, pero los cuchillos que cortan vienen de fuera.

Entre tanto, colectivos vecinales, asociaciones de inmigrantes y ciudadanos individuales intentan recordar que Torre Pacheco ha sido durante décadas un modelo imperfecto pero funcional de integración. Hoy ese equilibrio pende de un hilo.


La instrumentalización política: derecha, izquierda y los mismos espejos

Vox ha sido acusado formalmente de incitar al odio, y el Gobierno señala a la ultraderecha como instigadora de los disturbios. Vox responde con su ya conocida retórica de deportaciones y “efecto llamada”. A la izquierda, por su parte, se le acusa de haber abandonado la seguridad ciudadana y de no ofrecer soluciones reales. Nadie escucha a Torre Pacheco: todos quieren usarlo como ejemplo, como advertencia o como munición.

fotonoticia_20250715131212_1920-1024x768 La verdad de Torre Pacheco entre cifras, sombras y silencios: ¿qué se esconde tras los datos?

Es así como el pueblo queda atrapado entre dos fuegos narrativos: unos lo convierten en símbolo de la decadencia multicultural; otros, en víctima de una conspiración reaccionaria. Pero nadie baja al mercado, nadie escucha las conversaciones en voz baja entre vecinas, nadie camina de noche por sus calles como para saber qué siente realmente su gente.


¿Era mejor hace una década?

Muchos residentes lo creen. Antes, dicen, había normas más claras, más control, más respeto en las escuelas y más vigilancia en la calle. Pero también había menos presión demográfica, menos empobrecimiento estructural y menos manipulación ideológica. No se trata tanto de nostalgia como de una sensación de desorden, de abandono y de pérdida de comunidad.

El aumento de población migrante —más del 30 % hoy en día— ha traído diversidad y fuerza de trabajo, pero también tensiones no gestionadas, falta de recursos públicos y una invisibilidad política constante. La culpa no recae en quien llega, sino en quienes deberían haber construido puentes, no muros.


Epílogo: lo que no se cuenta

Torre Pacheco no es un símbolo: es un lugar. Un lugar donde conviven agricultores, hijos de inmigrantes, abuelas que ven la tele con miedo y jóvenes sin futuro. Un pueblo atrapado entre estadísticas amañadas y discursos que no lo representan.

Y es también una advertencia: cuando se manipulan los datos, cuando se oculta la realidad bajo una pátina de éxito aparente —ya sea en seguridad, educación o sanidad—, lo que se siembra no es confianza, sino resentimiento. El día que las cifras sustituyen a las personas, la política ha dejado de servir a la verdad.

Torre Pacheco no necesita más discursos. Necesita mirada honesta, recursos tangibles y el coraje de admitir que algo se ha roto —y que la solución no llegará contando delitos con calculadora, sino escuchando el corazón de un pueblo que solo quiere volver a sentirse suyo.

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