Las controvertidas fotografías eróticas de bondage con cuerdas de Nobuyoshi Araki (NSFW)
Las controvertidas fotografías eróticas de bondage con cuerdas de Nobuyoshi Araki (NSFW)
Las autoridades morales han considerado la exhibición de este tipo de arte como una transgresión inaceptable, un acto que legitima imágenes capaces de perturbar y fascinar al espectador.
La trayectoria fotográfica de Nobuyoshi Araki ha estado marcada por la provocación y el escándalo debido a su particular elección de temas. Si bien sus intereses visuales han sido diversos desde sus inicios en la década de 1960, es célebre, sobre todo, por sus retratos de mujeres desnudas en elaboradas ataduras que evocan el arte japonés del Kinbaku-bi—literalmente, “la belleza de la atadura apretada”. Esta obra le ha valido tanto elogios como condenas, además de repercusiones legales. “En 1988”, señala la Galería Yoshii de Nueva York, “la policía prohibió la venta de la revista Shashin Jidai por contener fotografías de carácter explícito. En 1992, Araki fue acusado de obscenidad durante una exposición y multado con 300.000 yenes. Al año siguiente, un curador que exhibía sus desnudos gráficos fue arrestado.”

La censura podría llevar a pensar que el Kinbaku-bi constituye una forma de transgresión novedosa en Japón. Sin embargo, décadas antes, el artista Seiu Ito ya había introducido conceptos del siglo XX en las sensibilidades decimonónicas. Como señala The Absolute, Ito se inspiró en el teatro kabuki y en los métodos de tortura del período Edo tardío, atando a sus modelos—entre ellas, su esposa—y fotografiándolas en posiciones que luego servían de base para dibujos inspirados en el estilo ukiyo-e. Su obra, considerada la primera en abordar explícitamente el sadomasoquismo, dio origen en los años 20 y 30 al movimiento Ero-Guro o “erotismo grotesco”.

Comprender esta tradición resulta fundamental para interpretar el trabajo de Araki. Como Ito y otros artistas Ero-Guro del siglo XX, el fotógrafo erotiza un objeto—la cuerda—que históricamente ha servido tanto en contextos sagrados como en mecanismos de control social. Su obra encontró una ferviente audiencia en Occidente. “Después de la Segunda Guerra Mundial”, señala Brooke Larsen, “las revistas fetichistas japonesas y estadounidenses comenzaron a difundir imágenes de mujeres atadas, lo que contribuyó a su popularización”.
¿Cuál fue, entonces, la gran transgresión de Araki? Al igual que Robert Mapplethorpe en la fotografía queer BDSM, su trabajo llevó al ámbito del arte lo que hasta entonces se consideraba relegado a los márgenes y a la intimidad, difuminando las fronteras entre arte, erotismo y pornografía. Sin embargo, su obra podría contener una crítica velada al consumo del Kinbaku-bi como una forma de tortura ritualizada. En la mayoría de estas imágenes, las modelos suelen mostrar expresiones de dolor, vergüenza o sumisión. En cambio, en las fotografías de Araki, ellas miran fijamente a la cámara, desafiando la mirada del espectador con una actitud serena y autoconsciente. Este cambio recuerda a la revolución pictórica de Pablo Picasso en Las señoritas de Avignon, donde las figuras de un burdel encaran al espectador con cuerpos fragmentados por la violencia del trazo, en contraste con la pasividad exótica de las odaliscas neoclásicas.

No obstante, como en el caso de Picasso, la figura de Araki ha sido objeto de críticas más allá de su obra. En 2018, Kaori, una de sus modelos y expareja, denunció un patrón de comportamiento coercitivo y abusivo por parte del fotógrafo. “Me trató como un objeto”, escribió en su blog, en una declaración que pone en evidencia tanto las dinámicas de poder desiguales en la sexualidad como la precariedad de las modelos desnudas, con escasa protección legal.
Araki sigue produciendo y exhibiendo su obra erótica. Un reciente volumen publicado por Skira Editore abarca su trayectoria desde 1963 hasta 2019, un corpus que va mucho más allá del Kinbaku-bi. En 2023, el Museo del Sexo de Nueva York organizó una retrospectiva de su trabajo de bondage, incluyendo en los materiales expositivos las declaraciones de Kaori, añadiendo una capa de complejidad interpretativa y un inquietante subtexto traumático que el espectador debe confrontar. “Mirando atrás”, escribe Kaori, “todo fue excesivo y extremo. Algo en mí estaba anestesiado. Me pedía hacer cosas anormales, y yo las aceptaba como si fueran normales.”








