Los 4 fantásticos, primeros pasos (2025): anatomía visual de un retrofuturo
Matt Shakman y su equipo han hecho de Los cuatro fantásticos: primeros pasos una exhibición de artes visuales donde cada plano es una tarjeta postal de una era que nunca existió pero que, paradójicamente, reconocemos de inmediato. Este texto se ciñe estrictamente a la mirada: puesta en escena, diseño de producción, dirección de arte, vestuario y fotografía —las coordenadas que transforman el guion en mundo físico— y busca desentrañar cómo esos departamentos conversan entre sí para imponer un tono retro-futurista que a la vez mira al pasado y reimagina el futuro.

Puesta en escena: el cine como máquina de época
Shakman plantea la mise-en-scène como un experimento de estilo: quiere que la película parezca «fabricada en 1965», y eso no es una cita meramente nostálgica sino una decisión de gramática cinematográfica. Los encuadres, la movilidad de la cámara y la relación entre personaje y espacio remiten a la austeridad calculada de los grandes films de la era clásica de la ciencia ficción —un cine que busca geometría— mientras los efectos prácticos y las miniaturas devuelven la obra a una materialidad tangible. Esa política de puesta en escena obliga al espectador a desplazarse por el decorado como si caminara por un museo viviente: todo está dispuesto para ser mirado y para contar.
Diseño de producción: Kasra Farahani y la ciudad-imaginario

El trabajo de Kasra Farahani erige la película sobre una versión heredera del midcentury modern: fachadas curvas, parabólicas, mobiliario que celebra la ergonomía de Eero Saarinen y los trazos elegantes de Niemeyer; a partir de esas referencias nace una Manhattan alternativa, Earth-828, donde el futurismo es optimista y táctil. Farahani articula el universo con una estrategia clara: sets prácticos, colores primarios segmentados (laboratorio dividido por funciones cromáticas) y piezas que parecen salidas de ilustraciones de John Berkey o de los collages de Jack Kirby. El resultado es un equilibrio constante entre la fantasía del cómic y la plausibilidad arquitectónica —una ciudad que podría existir si el sueño espacial de los años 60 se hubiera cumplido sin renunciar al calor doméstico.
Dirección de arte: la textura del mundo

Nick Gottschalk y su equipo asumen la tarea de traducir el diseño en realidad puesta a escala humana. La dirección de arte mantiene una coherencia obsesiva: desde la tipografía de los rótulos urbanos hasta el desgaste programado en los mostradores de las tiendas de Yancy Street. Esos detalles —pequeñas escaramuzas contra la pulcritud digital— convierten la ciudad en lugar habitable, no en parque temático. Los objetos funcionan como anclas emocionales: una máquina de escribir, un cartel publicitario o un volante de coche antiguo ayudan a situar el tiempo diegético y sirven de contrapunto a los momentos más etéreos, como las secuencias espaciales.
Vestuario: Alexandra Byrne entre la idealización y la ergonomía

Alexandra Byrne construye trajes que dialogan con el cómic y con la ciencia ficción vernácula de los años 60. Sus uniformes para la primera familia Marvel son una lección de economía visual: líneas sencillas, iconografía clara (el círculo con el 4), tejidos que sugieren funcionalidad y, al mismo tiempo, glamour retro. Byrne no se deja arrastrar por la hipertexturización contemporánea; sus elecciones privilegian la silueta y el movimiento —cómo debe plegarse o estirarse un traje cuando Reed Richards se alarga, o cómo el calor de Johnny se traduce en una combustión escénica—. Es vestuario pensado para cámara: no sólo para la foto promocional, sino para soportar la coreografía del actor y la iluminación de Jess Hall.
Fotografía: Jess Hall y la búsqueda de un tacto cinematográfico

Jess Hall propone una lectura fotográfica que mezcla formatos y procedimientos: rodaje en IMAX para otorgar monumentalidad, uso mezclado de 16 mm y 35 mm para introducir grano y textura en escenas concretas, y LUTs personalizados que estabilizan la paleta en un territorio cromático entre el technicolor y la paleta espacial. La cámara de Hall no se contenta con registrar el decorado; lo interpreta. Los encuadres son a menudo simétricos y calculados —un eco del Kubrick aspiracional invocado por Shakman—, pero Hall rompe la rigidez con movimientos que humanizan la escena, encontrando calor en los interiores y una nitidez casi táctil en las maquetas y miniaturas. La fotografía se convierte así en traductora: convierte la ficción retro en sensación presente.
Arte y efectos prácticos: lo real dentro de lo fantástico

La decisión de privilegiar elementos prácticos —modelos, maquetas, decorados físicos— es una apuesta estética y ética. En una era dominada por el render, esa elección collega la película a una tradición artesanal: los objetos tienen ponderación y ocupan un espacio real en el que se proyectan sombras auténticas. Los efectos digitales se insertan como retoques, no como arquitectos del mundo; de ese modo, las escenas de ciencia ficción ganan en contraste emocional: lo imposible se siente creíble porque descansa sobre lo tangible.
Paleta y color: cromatismo como ideología
La película usa el color como código narrativo. Los primarios dominan los interiores institucionales (laboratorio, sala de control), aportando claridad semántica: la sala roja para la experimentación, la amarilla para la planificación y la azul para la vigilancia, tal y como el equipo ha declarado en entrevistas sobre su diseño. En exteriores, la ciudad despliega azules y verdes matizados que evocan optimismo y una utopía utilitaria. No es una paleta nostálgica por su propia gramática, sino una ideología cromática: colores que definen funciones emocionales y dramáticas.

Crítica: méritos y tensiones visuales
El acierto mayor de este proyecto visual es la coherencia: los departamentos trabajan en alianza, y la película se siente como un objeto realizado por un solo taller —desde los planos de la cámara hasta la textura de los tejidos—. Sin embargo, hay tensiones: la celebración del estilo sesentero corre el riesgo de convertirse en pastiche cuando la mise-en-scène privilegia la cita por encima de la necesaria fricción dramática. En ocasiones la estética devora la emoción y el espectador recibe imágenes tan perfectas que le falta el filo de la imperfección humana. Ahí radica la prueba de fuego: mantener la elegancia retro sin anestesiar la intensidad de los personajes.
Conclusión: una apuesta visual que mira hacia atrás para avanzar

Los cuatro fantásticos: primeros pasos plantea una propuesta visual audaz: rescata materiales, técnicas y sensibilidades del pasado para ofrecer un espectáculo que aspira a ser táctil y nostálgico sin renunciar a la ambición espacial del cine contemporáneo. Shakman, Farahani, Gottschalk, Byrne y Hall no firman un simple ejercicio de estilo; construyen un universo coherente donde cada objeto, color y lente cumple una función dramática. Si el film ascenderá o no a la categoría de clásico del diseño cinematográfico dependerá de cuánto logre su puesta en escena sostener la historia en el tiempo —pero, al menos en su ambición visual, la película da un paso firme hacia un cine de súper-héroes que recupera la elegancia del oficio.