Marisol y el desnudo más bello del mundo

Marisol y el desnudo más bello del mundo

El despertar desnudo de Pepa: una metamorfosis de culto que desnudó a España

El eco de un nombre, Marisol, resuena en las catacumbas de la nostalgia española, una melodía que evoca la inocencia de una era y la audacia de su crepúsculo. Ella no fue solo una estrella; fue un lienzo en blanco sobre el que la España del franquismo proyectó sus sueños de pureza virginal. Pero la crisálida estaba destinada a romperse, y su metamorfosis se convertiría en el sismo más sensual y simbólico de la Transición.

La belleza inevitable y la jaula de oro

Bajo la férrea, casi carcelaria, tutela de la familia Goyanes, la niña prodigio de los ojos claros se convirtió, inevitablemente, en una mujer cuya belleza trascendía la pantalla y los focos. Era una diosa terrenal, envuelta en un aura magnética que atraía como un imán a la flor y nata del hedonismo ibérico. No eran meros galanteos; eran auténticas ofrendas a la musa que la España oficial temía perder.

El productor musical Paco Ortega lo confiesa con una devoción casi reverencial: «Esa niña se convierte en la mujer más bella del mundo. Yo me quedo embobado cuando veo programas de la época… Siempre ha sido bella, a cualquier edad, y ha tenido un arte increíble.»

Imaginemos las veladas de la época: los susurros melancólicos de Serrat entre bambalinas, el temple elegante del torero Palomo Linares buscando un cruce de miradas, la pasión gitana desbordada de Antonio ‘el Bailarín’. Todos ellos orbitaban alrededor de este sol andaluz, intentando poseer, o al menos acercarse, a lo inalcanzable. Marisol era el trofeo que todos deseaban.

Pero el destino, o la fría conveniencia, la ató finalmente al hijo de su carcelero, Carlos Goyanes, aquel con quien había convivido desde la tierna e impresionable edad de once años. Un desenlace que, desde fuera, parecía una extensión lógica del control, pero que por dentro, era el presagio de una revuelta.

El velo de la tristeza y un secreto nupcial

El matrimonio, celebrado con la pompa y el boato propios de un evento de estado, fue un intento desesperado por perpetuar el mito de la «novia de España» ante el escrutinio público. El fotógrafo de las celebridades, César Lucas, estuvo allí, su lente, un testigo mudo y, a la vez, el más perspicaz. Su recuerdo es una punzada de nostalgia agridulce que desvela la farsa: «Ella no tenía la cara de una novia el día feliz de su boda. Estaba triste.» Detrás del pomposo decoro y los titulares entusiastas, se escondía una verdad melancólica, una tristeza palpable que auguraba el fracaso de esa unión concertada.

Fue precisamente durante esa unión, un matrimonio condenado desde el principio a la melancolía, cuando la audacia se atrevió a manifestarse. En la luna de miel, bajo el sol de un paraíso privado y lejos de los ojos de la censura, Goyanes, quizá buscando capitalizar la belleza que sentía suya, propuso el pacto. El fotógrafo César Lucas estaba documentando el viaje, cuando Carlos le lanzó la idea. El escenario: un rincón íntimo. La petición, cargada de una extraña mezcla de oportunismo y visión de futuro: «Ahora que estamos aquí, solos, podemos aprovechar para hacer esas fotos que necesitamos. Unas fotos en las que a ella se la vea desnuda«. Este momento, capturado en la intimidad, fue el génesis de una de las imágenes más trascendentales y subversivas de la historia reciente española.

La revelación y el símbolo de una españa desnuda

Las instantáneas, capturadas en 1970, durmieron como un tesoro prohibido, un secreto íntimo, hasta 1976. Fue entonces, en el turbulento y excitante fragor de la naciente Transición, cuando la revista Interviú, el estandarte de la provocación, la libertad, y la promesa de una prensa sin mordazas, clamó por su publicación. La portada no fue solo un shock periodístico o un récord de ventas; fue una explosión cultural y política.

Luis García, autor de Marisol-Pepa Flores, corazón salvaje, lo resume con contundencia: «Ese desnudo va a marcar un antes y un después a nivel de símbolo de la España que dejaba atrás. Marisol era la pureza, la niña prodigio. Y era ella la que aparecía en la portada de Interviú.»

El cuerpo de Pepa Flores (su nombre real, ya adoptado como un acto de emancipación y un repudio al mito) se convirtió, sin quererlo, en el altar de la nueva España. Al despojarse de sus ropas en aquella portada, simbólicamente, despojó al país del velo de la dictadura, de la moral impuesta. Fue un acto de culto y subversión, donde el ícono de la pureza renegaba de su pasado para abrazar una libertad carnal y, por extensión, política.

La Fiscalía no tardó en reaccionar, rasgándose las vestiduras y actuando de oficio contra Lucas por ‘conducta inmoral’. El sistema, moribundo, intentaba dar su último coletazo. Pero en el clímax de esta batalla legal, la dama se manifestó. En un gesto de nobleza audaz que desarmó por completo al sistema represivo, Marisol buscó a su fotógrafo. Su mensaje, recordado por Lucas con una emoción perenne, fue el epitafio perfecto para su inocencia forzada:

«César, sé que estás teniendo problemas con mis fotos. Si en algo puedo ayudarte, cuenta conmigo.”

Aquellas palabras, pronunciadas por la propia protagonista, fueron más poderosas que el desnudo mismo, sellando su leyenda. No era una víctima explotada; era la heroína transgresora que había utilizado su propia imagen como arma para ayudar a liberar un país de su rigidez moral. La niña Marisol había mutado. Había nacido Pepa, la mujer libre, y con ella, una nueva era para España.

6 AÑOS DESPUÉS…