NASA descubre el ‘muro invisible’ de 50.000°C que protege la Tierra del espacio profundo
Las sondas Voyager de la NASA (las mismas que abandonaron la Tierra en 1977 con la promesa de explorar lo inexplorado) han traspasado por primera vez la frontera invisible que separa nuestro “vecindario solar” del abismo interestelar. Lo que han encontrado al otro lado derrumba viejos mitos y ofrece un retrato inquietante de lo que nos rodea más allá de los últimos planetas: una región de plasma más denso y frío, donde las reglas del Sol dejan de aplicarse y empieza un territorio dominado por otras fuerzas cósmicas.
A más de 18.000 millones de kilómetros de casa (las Voyager han logrado medir, con datos directos y sin precedentes, lo que sucede justo donde termina la burbuja protectora del Sol) la región conocida como heliopausa (una especie de frontera móvil entre el viento solar y el espacio interestelar) ha resultado ser mucho más porosa, compleja y dinámica de lo que la ciencia sospechaba.
La imagen popular de un “muro de fuego” en el borde del Sistema Solar se desinfla al examinar los datos. Sí, las Voyager detectaron temperaturas extremas en la transición (decenas de miles de kelvin, lo que equivale a más de 50.000 grados Celsius, o casi 90.000 grados Fahrenheit) pero la densidad de partículas es tan baja que ni el metal ni la electrónica sufrieron daños. Lo que hay, en realidad, es una “costra” de plasma comprimido y una drástica caída de partículas solares, reemplazadas por una avalancha de rayos cósmicos (los verdaderos invasores del espacio interestelar).
“Las sondas Voyager nos están mostrando cómo nuestro Sol interactúa con el material que llena la mayor parte del espacio entre las estrellas en la galaxia de la Vía Láctea”, resume Ed Stone, director científico del proyecto en Caltech. “Sin estos nuevos datos no sabríamos si lo que vimos con la Voyager 1 era algo general o solo una rareza del lugar donde cruzó”.
Uno de los grandes hallazgos es que la heliopausa no es una muralla impenetrable. “Una parte de las partículas solares consigue colarse fuera de la burbuja, como si el casco de nuestro ‘barco solar’ tuviera goteras” admiten los técnicos de la NASA. Voyager 2 (que cruzó la frontera en 2018 por un punto diferente al de su gemela) detectó una región mucho más porosa, lo que sugiere que el borde solar se comporta como un filtro imperfecto.
Por otro lado, los instrumentos de ambas sondas confirman que el campo magnético en el exterior de la heliopausa es paralelo al que hay dentro. Hasta ahora se creía que ambos campos estarían desalineados, pero los datos de la Voyager 2 han zanjado la duda (la frontera solar es menos abrupta de lo que se pensaba).
Las Voyager siguen enviando datos (a 16 horas luz de distancia) y lo que descubren cambia el mapa de nuestro lugar en el universo (según el informe oficial de la NASA). Hoy sabemos que la burbuja solar nos protege de más del 70% de la radiación cósmica, y que la verdadera frontera, lejos de ser un muro ardiente, es un delgado y poroso velo de plasma donde el poder del Sol se diluye y la galaxia toma el relevo. La NASA no descarta más sorpresas. De momento lo único seguro es que nunca antes habíamos tenido acceso a la “playa cósmica” donde termina el Sol y empieza el resto de la Vía Láctea.