Imagínense que por un par de días se celebra una cumbre entre países en una ciudad tipo Barcelona, Madrid o Bilbao. Y que con la llegada masiva de políticos, diplomáticos, banqueros y hombres de negocios, además de los hoteles, las casas de putas se llenan a rebosar. Y que con ello llegué la oportunidad para que alguna organización criminal se encargue de hacer chantaje a su manera enviando a una banda de encapuchados a amargar las dulces veladas después de una jornada intensa.
Y en unos de esos escenarios, un modesto hotel, basta para que gente influyente derroche su dinero en tener relaciones sexuales con chicas de buen ver; algunas de ellas interpretadas por las starlets de la época como Rachel Evans o Lynn Enderson. No falta despelote de lomo y vello púbicos al público entregado a planos de exhibicionismo al son de una musiquita ridículamente cañí (el no va más del destape, vaya) hasta que se vierte la jarra de agua fría y se acabó la fiesta. El director Manuel Esteba (el ETE y el OTO) creyó que su correría cinematográfica lo dejaría en buena posición y que la fusión entre cine quinqui y despelote lo dejaría con buen sabor de boca. Pero ni las interpretaciones de unos más que mediocres Joaquin Kremel y Emilio Gutiérrez Caba, como el reparto seriamente dramático y no entregado enteramente al vicio, son convincentes. El resto, lo dicho, sexo, palabrotas y algún tiroteo aislado para que el insomne despertador que se le ocurra mirar atrás en el tiempo harto de tanto porno por internet, levante cabeza.