Para esta película Franco contó con el presupuesto más holgado de toda su carrera, contando además con un reparto extenso y de gran categoría, así como con la posibilidad de rodar en múltiples escenarios y con gran cantidad de recursos. Además, se trataba de llevar a la pantalla la obra del Marqués de Sade, uno de los autores preferidos de Jess. La base, por tanto, era más que interesante.
El resultado, sin embargo, es relativamente decepcionante y creo que estamos ante un film infraexplotado: su bizarra mezcla de lo sadiano con lo ingenuamente melancólico funciona muy poco, dado que es una obra herida de muerte desde la base, con la penosa interpretación/lamentable elección de la no actriz Romina Power, lo que unido al escaso potencial que se da al personaje de la otra hermana (María Rohm), lleno de posibilidades sensuales, eróticas y hasta trágicas, «Justine» se queda en una producción descafeinada, una especie de fábula sobre las deventuras de la virtud y el reinado de los vicios, demasiado «naif» y escasamente definido. Kinski incorpora el papel de Sade y Mercedes McCambridge o Jack Palance están a la altura redimiendo del naufragio absoluto a la película.
Creo que Jesús Franco se defiende mejor, al final, con absoluta libertad y más escasos presupuestos.
Hay un momento de Justine en que la película, espantosamente mala hasta entonces, se convierte en un bodrio de incalculables proporciones. Ese momento es la aparición de Jack Palancas (¡sí, otra vez él!), tras la ingesta de alguna sustancia tóxica por vía oral, nasal o parenteral, lo cual acaece en la sala hipóstila del Parc Güell, y está acompañado de dos esbirros bajo cuyos pelucos descubrimos a Luis Ciges y Howard Vernon, también algo perjudicados. Esa escena, grabada a fuego en mi memoria para siempre (las muecas de Palance son inenarrables) da cuenta por sí sola del horroroso trabajo de Franco (¡y eso que contaba con un presupuesto holgado, y un montón de actores famosos!), una demostración de desfachatez y simplonería que se extiende a toda la cinta como una mancha de aceite. Y es que Franco, digan lo que digan los demás, no sabía rodar, ni planificar, ni mover la cámara, ni buscar la luz necesaria, ni dirigir a sus actores, ni… Para Franco, el cine era como el diván del psicoanalista para el paciente. Era el vehículo que le permitía transformar en realidad sus obsesiones, y por Dios que lo consiguió, porque rodó, como mínimo, 203 películas, según IMDB. Produce la película otro delincuente, Harry Alan Towers, con el que Franco trabajó en numerosas ocasiones. Aparte de destrozar la obra del Divino Marqués, y de anular toda la lujuria salvaje que contiene con su presunto distanciamiento, Franco desperdicia el reparto, que chapotea entre el ridículo y la estulticia. Klaus Kinski, en el papel de Sade, no dice ni pío en todo el metraje, lo cual ya le está bien. Para el papel de la desventurada Justine no se les ocurrió mejor idea que contratar a Romina Power, justo antes de que formara con su marido Al Bano la pareja más babosa y abyecta de la historia de la música popular. Romina se limita a poner cara de tonta y a enseñar las tetitas cuando «lo exige el guión».. Sale también Carmen de Lirio, recién llegada de El Moino, y Gustavo Re, convencido de estar actuando en una opereta de Los Vieneses. Luego asoma la jeta Akim Tamiroff, y tuve que apartar la vista para no sofocarme. Casi 40 años de carrera para acabar haciendo patochadas. Pero hay más: Mercedes McCambridge en su sempiterno papel de lesbiana cruel, Serena Vergano echando por tierra su brillante porvenir, Horst Frank, el malo insustituible de las co-producciones europeas de la época, ¡Sylva Koscina!, insinuando sus encantos entre transparencias, Rosalba Neri, Claudia Gravy, y los ya arriba mencionados… Hay que ver lo que uno descubre después de años de suspirar por ver determinada película. Y menos mal que sólo me costó 2 euros… A huir.