Ver o descargar ‘Más peligrosas que los hombres’ (1967): balas, piernas largas y el ocaso del caballero británico

Hay películas que nacen como respuestas veladas, como gestos de celos industriales, como espejos deformados del éxito ajeno. Más peligrosas que los hombres (Deadlier Than the Male, 1967), dirigida por Ralph Thomas, fue una de esas respuestas: una elegante, brutal y encantadora patada en la espinilla del universo Bond. Un spy thriller británico que reemplaza los gadgets por piernas afiladas, los villanos con acento ruso por modelos de revista con licencia para matar, y el humor irónico por una malicia deliciosamente venenosa.

Inspirada vagamente en los personajes de Bulldog Drummond —el detective británico de entreguerras que ya era anacrónico en los años 60—, esta película marca su propia pauta al convertir a las mujeres en el verdadero motor narrativo: asesinas letales, sofisticadas, juguetonas, y por momentos, mucho más inteligentes que sus presas masculinas.

Belleza como arma, inteligencia como veneno

Las verdaderas estrellas de la función no son los hombres. Son ellas. Elke Sommer como Irma y Sylva Koscina como Penelope —las «chicas malas» más sensacionales del cine de espionaje británico— elevan la película por encima del simple pastiche. Ambas se desplazan como leopardas en un mundo de leones viejos: seducen, manipulan, ejecutan y sonríen con una placidez inquebrantable. Su presencia no es sólo física: es narrativa. Son ellas quienes deciden a quién se mata, cómo y por qué. Lo hacen en lencería, en yates, en oficinas de lujo. Son cool, son crueles, son irresistibles.

Opposite them, Richard Johnson interpreta a Hugh Drummond —un héroe británico de viejo cuño— con el tono perfecto de ironía y superioridad fatigada. Johnson, que en algún momento sonó como candidato serio a reemplazar a Sean Connery como James Bond, aquí ofrece una versión más sobria, más cínica y tal vez más realista del espía gentleman: menos carisma explosivo, más control calculado. Es un hombre educado que se ve obligado a matar porque estas mujeres ya han matado primero.

Una estética de anuncio de cigarrillos… envenenados

Visualmente, la película es un delirio sesentero de diseño moderno, fondos de cartón piedra, muebles geométricos y vestuario que parece robado a una portada de Vogue de 1966. Los créditos iniciales —con siluetas femeninas disparando desde las sombras y una canción pop que repite el título como una amenaza cantarina— establecen desde el primer segundo el tono: esto no va de salvar el mundo, va de sobrevivir al deseo.

La música de Malcolm Lockyer es puro pop orquestado, coqueteando con el lounge y los ritmos de espías, mientras la cámara de Ernest Steward se desliza por los cuerpos con la precisión de un bisturí. Cada plano parece estar posando para un catálogo de placeres peligrosos.

Un film de transición: del caballero al cínico

Deadlier Than the Male no es parodia, pero tampoco es pura imitación. Es, más bien, una obra bisagra. La prueba de que el cine de espionaje británico podía aceptar que el villano ya no era el soviético, ni siquiera el capitalista sin escrúpulos, sino la mujer liberada, inteligente y sedienta de poder.

El título, por supuesto, lo dice todo: “Más peligrosas que los hombres”. Es una advertencia, una fascinación, un deseo y una profecía. El film anticipa, sin saberlo, lo que vendrá: las femmes fatales de los años 70, la ambigüedad moral de los thrillers posteriores, la caída del héroe inmaculado.

Epílogo: veneno dulce envuelto en terciopelo

Más peligrosas que los hombres es una joya menor, sí, pero una joya con filo. Un ejercicio de estilo, erotismo y cinismo que rehúye la solemnidad para abrazar el goce estético del espionaje pop. Su humor británico no es de carcajada, sino de sonrisa ladeada. Su violencia no es brutal, es elegante. Y su mayor mérito quizás sea haber anticipado que el verdadero peligro en el mundo moderno no vendría de misiles nucleares, sino de la mirada de una mujer que ya no necesita permiso para disparar.

No hay gadgets en este film, ni trajes de invisibilidad, ni coches voladores. Hay algo más aterrador: mujeres inteligentes con un objetivo. Y eso, para muchos de sus contemporáneos, resultaba decididamente más letal.