Ah, los políticos, esos titanes de la responsabilidad pública que en tiempos de crisis demuestran su verdadera vocación: proteger… pero no precisamente a sus ciudadanos, sino sus propias sillas. En esta ocasión, la DANA ha devastado la Comunidad Valenciana, y entre inundaciones, víctimas y un despliegue militar insuficiente, nuestros queridos líderes, de izquierda y derecha, se han apresurado a hacer lo que mejor saben: culparse unos a otros con descaro.
La Unidad Militar de Emergencias (UME), encabezada por el general Francisco Javier Marcos, compareció ante la prensa para aclarar lo que ya todos sabemos: que en este país, la burocracia lo controla todo, excepto la lógica. «Quien dirige la emergencia y decide a dónde vamos y cuándo no es la UME, sino la comunidad autónoma,» señaló Marcos, en lo que pareció una lección sobre las reglas de nuestro absurdo entramado administrativo. Así, mientras el presidente valenciano, Carlos Mazón, se quejaba de la falta de apoyo y lanzaba dardos hacia el Gobierno central, la UME respondía con un elegante recordatorio de que ellos solo actúan cuando les dicen. Y si nadie les avisa, pues paciencia, que el papel lo aguanta todo, menos el barro.
No podía faltar la pompa de la reunión de alto nivel, presidida por el rey Felipe VI, donde el Gobierno, en su enésimo ejercicio de coordinación, prometió «todos los recursos humanos, logísticos y económicos necesarios». Palabras grandilocuentes para una operación que recuerda a una mala película de suspenso, con ministros y consejeros jugando a salvar al mundo mientras el pueblo espera de brazos cruzados. La Generalitat ha desplegado grupos de respuesta en sanidad, infraestructuras, servicios sociales y otros ámbitos, una maraña de funcionarios tan bienintencionados como ineficaces, porque en este país, si algo funciona peor que la infraestructura pública, es la cadena de mando.
Mientras el número de víctimas sube y la morgue temporal empieza a llenarse, nuestros líderes siguen ocupados en su «juego de tronos,» afilando espadas políticas y defendiendo su honor (o su falta de él) en cada rueda de prensa. Y mientras ellos siguen sacándose chispas y perdiéndose en formalidades, el ciudadano queda a merced de la naturaleza y la lenta maquinaria de una administración que, cuando se trata de acción real, va a paso de tortuga.
Así que, ahí los tenemos, estos héroes nacionales, desplegando tropas en sus conferencias de prensa, proclamando promesas de apoyo y culpándose mutuamente de lo que no hicieron. Y mientras tanto, el pueblo sigue bajo el agua, esperando que alguien haga algo, en lugar de dedicar sus energías a ganar su próxima partida de ajedrez político.