¿Y si el futuro del planeta estuviera en una receta del pasado?
¿Y si el futuro del planeta estuviera en una receta del pasado?
Desde el Coliseo hasta los acueductos que aún desafían los siglos, el hormigón romano ha sido un misterio duradero. Mientras nuestras construcciones modernas apenas sobreviven 50 años, las de Roma siguen ahí, imperturbables. ¿Qué sabían ellos que nosotros hemos olvidado?
Hoy, gracias a nuevos estudios, sabemos que su fórmula incluía no solo cal y cenizas volcánicas (la famosa puzolana), sino también un curioso proceso llamado mezcla en caliente. Esta técnica generaba pequeños fragmentos de cal viva que, con el tiempo, permitían al hormigón “autorrepararse” al contacto con el agua. Un verdadero superpoder arquitectónico.

¿Podría entonces este antiguo hormigón ser la clave para una construcción más sostenible? Un reciente estudio liderado por la ingeniera Daniela Martínez lo ha puesto a prueba. Compararon la huella ambiental del hormigón romano con la del moderno, y aunque las emisiones de CO₂ resultaron similares (o incluso mayores en algunos casos), se descubrió que el romano produce muchos menos contaminantes tóxicos, especialmente si se fabrica con energías renovables.
Pero su gran ventaja no está solo en cómo se fabrica, sino en cuánto dura. Un puente moderno tal vez necesite ser sustituido en 50 años. Uno hecho al estilo romano podría resistir siglos, ahorrando toneladas de materiales, energía y emisiones.
Eso sí, no todo es tan sencillo. La fórmula romana no es tan resistente como la moderna, depende de cenizas volcánicas difíciles de conseguir, y no es compatible con las estructuras reforzadas con acero que hoy usamos a diario. Además, ya existen otros cementos “verdes” más adaptables, hechos con subproductos industriales, que también buscan reducir el impacto ambiental.
Entonces, ¿vale la pena volver al hormigón romano? Más que copiarlo al pie de la letra, lo importante es aprender de su filosofía: construir pensando en la eternidad, no solo en la inmediatez. Porque, al final, la sostenibilidad empieza con una buena dosis de paciencia… y de cal viva.