Jeroglíficos celestes: el mensaje secreto de Ramsés II en lo alto del obelisco de París

Jeroglíficos celestes: el mensaje secreto de Ramsés II en lo alto del obelisco de París

La historia no cesa de hablar, incluso cuando creemos haberla descifrado por completo. En el corazón de París, ante la mirada habitual de turistas y ciudadanos indiferentes, el majestuoso obelisco de la Plaza de la Concordia —antiguamente alzado frente al templo de Luxor— ha revelado un secreto que ha dejado atónitos a los egiptólogos más experimentados: una serie de jeroglíficos ocultos en su cúspide, dispuestos con tal maestría que sólo pueden ser leídos bajo condiciones muy concretas de luz y ángulo.

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Este prodigioso hallazgo ha sido dado a conocer por Jean-Guillaume Olette-Pelletier, eminente egiptólogo y criptógrafo de la Universidad de París-Sorbona, cuya intuición y mirada entrenada han abierto una nueva puerta hacia los arcanos del Antiguo Egipto. Según detalla la revista Sciences et Avenir, las inscripciones se encontrarían en la parte más inaccesible del obelisco —esa cima pétrea que parecía ya agotada de significado— y formarían parte de un complejo sistema de escritura ritual cifrada atribuido directamente al faraón Ramsés II, uno de los soberanos más longevos y simbólicamente fecundos de la civilización egipcia.

Gravure_Obelisque_Louxor Jeroglíficos celestes: el mensaje secreto de Ramsés II en lo alto del obelisco de París

Lo verdaderamente fascinante no es solo la existencia de estos signos inéditos, sino el modo en que fueron descubiertos. Durante los meses de confinamiento en 2020, Olette-Pelletier solía pasear por el distrito octavo de París. En una de aquellas caminatas solitarias, su atención se detuvo en una anomalía aparente: la disposición angular de ciertos jeroglíficos parecía alinearse con la orientación del templo de Luxor. Aquel detalle encendió en él una sospecha. Armado con prismáticos y conocimiento ancestral, volvió una y otra vez al lugar hasta confirmar lo impensado: el obelisco no estaba del todo “traducido”; conservaba un nivel críptico de lectura, reservado a los altos iniciados en la escritura sagrada.

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El descubrimiento se vio favorecido por los trabajos de restauración emprendidos con motivo de los Juegos Olímpicos de París. Gracias a ellos, se pudo verificar que el monumento contenía hasta siete niveles de criptografía superpuesta, formando un vasto rompecabezas espiritual. Así, signos ubicados en distintas caras del monolito convergen simbólicamente para revelar frases rituales de gran poder. Un ejemplo notable lo ofrece la cara oriental, donde las astas taurinas que adornan la corona de Ramsés configuran el jeroglífico ka, símbolo de la fuerza vital. Combinado con otros signos de las caras opuestas, el mensaje completo se lee como: “Apacigua la fuerza ka de Amón”, una invocación a la armonía divina mediante la ofrenda.

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Más allá de la dimensión lingüística, este hallazgo encierra una profunda carga simbólica. En él se refleja la voluntad de Ramsés II de perpetuar su legitimidad y carácter sagrado a través del lenguaje tallado en piedra, como si el monarca supiera que su mensaje debía esperar siglos para hallar un lector capaz de comprenderlo. La evolución de su titulatura —de Usermaatra (el poderoso y justo de Ra) a Setepenra (el elegido de Ra)— queda codificada en las fases sucesivas del tallado, permitiendo a los investigadores datar con precisión dos etapas distintas en la elaboración del obelisco.

Lejos de ser un simple ornamento urbano o un vestigio arqueológico exiliado, el obelisco de la Concordia se revela ahora como un libro de piedra aún vivo, un testimonio cifrado del pensamiento egipcio sobre la divinidad, la muerte, el poder y la permanencia. Su cima, apenas visible desde el suelo, se alza ahora como un faro de sentido entre las nubes de la historia.

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El descubrimiento no sólo modifica nuestra comprensión del propio monumento, sino que redefine —una vez más— la complejidad técnica y simbólica del arte egipcio. Lo que parecía ya contemplado, medido y comprendido, aún podía hablar, aún podía esconder un secreto para la posteridad.

Así nos recuerda Ramsés II, desde las alturas, que todo lenguaje verdadero es también un misterio. Que hay palabras que sólo el tiempo, el azar y la devoción pueden volver a pronunciar. Y que, incluso en el centro de una capital europea, el espíritu del Nilo sigue susurrando en silencio.

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