John Howe, artífice visual del legendarium: “el desafío mayor son los elfos, deben parecer más allá de toda belleza”
John Howe, artífice visual del legendarium: “el desafío mayor son los elfos, deben parecer más allá de toda belleza”
Vancouver, en la Columbia Británica, vio nacer hace 67 años a uno de los más ilustres cartógrafos visuales de la Tierra Media. John Howe, artista canadiense de refinada sensibilidad y mirada penetrante, ha dedicado su vida a traducir en imágenes el mundo imaginado por J. R. R. Tolkien. Su mano ha recorrido los caminos de Bolsón Cerrado hasta las negras llanuras de Gorgoroth, trazando con plumilla y pincel los contornos de un universo donde la belleza se mezcla con la épica, y la ruina con la esperanza.

Colaborador imprescindible de Peter Jackson en las adaptaciones cinematográficas de el señor de los anillos y el hobbit, Howe ha reunido en su cuaderno de viaje de la Tierra Media (Minotauro) una serie de impresiones, esbozos y evocaciones que configuran una obra de insólita riqueza visual y emotiva. Como si del Libro Rojo de la Frontera del Oeste se tratara, o del mítico Libro de Mazarbul hallado por los enanos en las ruinas de Moria, este volumen se alza como testimonio del diálogo entre un creador y el universo que lo habita.

En sus páginas se despliegan paisajes y personajes emblemáticos, desde los altos muros de Minas Tirith hasta las raíces milenarias de Fangorn. A través de su trazo, se reconocen los vestigios de los lugares reales en los que se filmaron las epopeyas cinematográficas: Nueva Zelanda como un eco de Arda, reflejo de la inspiración alpina que Tolkien experimentó durante su travesía por los Alpes berneses en 1911, cuando aún no era más que un joven de diecinueve años enfrentado a la inmensidad de lo sublime.
Howe, con esa figura enjuta y ese porte sereno que podría haberlo hecho pasar por un montaraz de las tierras del Norte, recuerda con afecto los años de su iniciación tolkieniana. “Mi primera lectura fue catastrófica”, confiesa con humor. “Nunca conseguía el primer tomo en la biblioteca, así que comencé con las dos torres, y luego el retorno del rey. La historia era un enigma fragmentado. Solo más tarde, ya con la trilogía completa, comprendí la vastedad de lo que Tolkien había creado”.

Interrogado sobre los personajes más difíciles de representar, Howe no duda: “Los elfos. Porque no hay nada en nuestra experiencia humana que se les asemeje. No son simplemente bellos: están más allá de toda belleza. Y Tolkien, aunque evocador, no fue prolijo en descripciones detalladas. Dibujarlos es intentar captar una esencia intangible, evitar lo moderno, lo banal”. Su representación del rey Thranduil durante la Batalla de los Cinco Ejércitos —envuelto en armadura reluciente y máscara élfica— encarna esa mezcla inquietante de gracia sobrenatural y amenaza contenida.

La conversación deriva naturalmente hacia la figura del propio Tolkien, cuya capacidad de reinventar lo arquetípico sigue maravillando a Howe. “Antes de él, un elfo era apenas una criatura feérica de jardín. Él los transformó en seres nobles, elevados y trágicos. Lo que hizo con el imaginario europeo fue una revolución silenciosa, profunda”. ¿Son entonces los elfos una herencia de la mitología germánica, de la angelología miltoniana, o una amalgama visionaria? “No lo sabemos —responde— y ahí radica también el hechizo”.
Dedica Howe gran parte de su tiempo no a dibujar, sino a comprender. “Leer a Tolkien, rastrear sus fuentes, es una labor constante. Hay un libro fascinante, Switzerland in Tolkien’s Middle Earth, de Martin Monsch, que explora cómo aquellos paisajes alpinos juveniles moldearon los contornos de Rivendel o las Montañas Nubladas. Pero Tolkien no copiaba paisajes, los transfiguraba. Lo esencial es capturar la emoción que él sintió y cómo la trasladó al texto”.

Su obra gráfica refleja esta búsqueda del alma de la Tierra Media: Erebor se alza como un colmillo de granito alpino; el Celebdil se corona con la silueta de Gandalf enfrentando al Balrog; Mordor humea como un presagio de fatalidad. Pero Howe no se limita a los paisajes: se deleita también en los detalles concretos, en las espadas, las hachas, los tejidos, los objetos cotidianos que convierten un mito en un mundo.
La presencia femenina es escasa, reconoce Howe, aunque destaca con fuerza la figura de Éowyn en su duelo con el Rey Brujo. ¿Era Tolkien misógino? “Era un hombre de su tiempo, reservado y educado en los valores de una Inglaterra tradicional. No creo que excluyera a las mujeres por misoginia, sino por las limitaciones del contexto cultural. Galadriel, Arwen y Éowyn son figuras poderosas y significativas. Yo siento una fascinación particular por Finduilas, la madre ausente de Boromir y Faramir, cuya sombra trágica flota sobre Gondor”.

Frente al celo escrutador de algunos seguidores de Tolkien, Howe responde con ecuanimidad. “Comprendo su pasión, su necesidad de proteger un legado. A veces les digo: ‘¿Y cómo es, entonces?’, y no saben responder. Eso revela lo profundo del misterio. Algunas imágenes perdurarán, otras desaparecerán. Es una selección natural, una evolución del imaginario colectivo”.
De su colaboración con Peter Jackson guarda un recuerdo “estimulante, lleno de intercambio y creatividad”. ¿Preferiría el arte o el cine como medio para Tolkien? “Son experiencias distintas. El cine es poderoso, te transporta. Pero la ilustración te permite otra forma de intimidad, otra cadencia en la contemplación”.
Y si se le pregunta si los dibujos originales del propio Tolkien condicionan su trabajo, Howe responde con sabiduría: “No. Me inspiran, pero no me encadenan. Lo emocionante es que incluso él, maestro de la palabra, sintiera a veces el impulso de dibujar. Eso dice mucho. Adoro esa necesidad de representar lo inefable”.