No tenían CGI y casi se matan: los secretos reales tras las acrobacias más locas del cine mudo

Cómo CHAPLIN, KEATON y LLOYD ejecutaron sus acrobacias prodigiosas durante la edad dorada del cine mudo

Es habitual suponer que la hegemonía contemporánea del espectáculo hollywoodense —saturado de efectos digitales y espectacularidad sintética— constituye una invención reciente. Sin embargo, la historia del cine demuestra que esta pulsión hacia el asombro visual ha emergido cíclicamente a lo largo de las décadas. Basta recordar la irrupción del llamado Nuevo Hollywood a finales de los años sesenta, cuando el declive del sistema clásico de estudios dio paso a una oleada de autores jóvenes e iconoclastas como PETER BOGDANOVICH, FRANCIS FORD COPPOLA y MARTIN SCORSESE. No obstante, este efímero periodo de experimentación fue pronto eclipsado por la emergencia de un nuevo paradigma de éxito de taquilla a finales de los setenta, encarnado en películas como TIBURÓN y STAR WARS, que, lejos de representar una ruptura, implicaron un retorno a las emociones inmediatas y las narrativas visuales del cine mudo.

Ya en los albores del siglo XX, el público asistía a las salas cinematográficas movido por dos anhelos esenciales: el de ser deslumbrado y el de ser divertido. Bajo esta doble expectativa florecieron figuras como HAROLD LLOYD, BUSTER KEATON y CHARLIE CHAPLIN, cuya popularidad trascendió el estatus de estrellas para convertirlos en íconos culturales de su tiempo. Su maestría no se limitaba a la comicidad gestual o al carisma actoral; implicaba también un dominio técnico y una osadía física que, aún hoy, siguen generando admiración.

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Una reciente pieza audiovisual del canal Lost in Time desentraña con precisión forense los mecanismos detrás de algunas de las acrobacias más emblemáticas de estos pioneros. Mediante una combinación de metraje original y reconstrucciones digitales tridimensionales, el análisis revela la complejidad logística y el ingenio artesanal que definieron el arte cinematográfico de la era muda.

Cuando LLOYD cuelga de las manecillas de un reloj en el corazón de Los Ángeles en SAFETY LAST! (1923), lo hace realmente suspendido en altura, sobre un decorado elevado y cuidadosamente enmarcado por el objetivo de la cámara para acentuar el vértigo. En STEAMBOAT BILL, JR. (1928), la fachada de una casa colapsa alrededor de KEATON, dejándolo milagrosamente ileso dentro del hueco exacto de una ventana: una proeza de cálculo escenográfico donde la precisión milimétrica era cuestión de vida o muerte. Y cuando un CHAPLIN con los ojos vendados patina peligrosamente al borde de un aparente abismo en MODERN TIMES (1936), el riesgo es, en realidad, una hábil ilusión: el supuesto precipicio es una pintura mate, parte del repertorio de tecnologías ópticas que definieron el ilusionismo cinematográfico antes de la era digital.

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Estas técnicas, hoy consideradas obsoletas, poseen una textura artesanal y una fisicidad inimitable que continúan fascinando a los cinéfilos. Frente a ellas, el CGI contemporáneo —por más sofisticado o costoso que sea— rara vez iguala la intensidad emocional, la gracia física o el vértigo auténtico que emana de estas coreografías del riesgo real.

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